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La lampara encendida

Al límite, en el ascensor

Al límite, en el ascensor

Foto www.abc.es

Iba a la quinta planta de El Corte Inglés, a buscar un trackball adaptado –ratón de bola grande– para el portátil. Si daba tiempo bajaría a la de mujer y subiría a la moda juvenil, y quizá a los juguetes, para mis sobris más pequeños. Me habían obsequiado una tarjeta regalo en mi último recital y la ocasión la pintan calva.

Al menos hice la compra de comida en el Mercadona, después de hacerme las uñas en la peluquería. Los sentaditos tenemos nuestras propias necesidades, ni un lujo ni un capricho. Algo extraño se olía.

En el ascensor de la izquierda había un guarda del comercio; el de la derecha no funcionaba. Solo iba el del centro. Porque el primero va tan solo hacia abajo. Aprovechamos, aunque bajaba a los sótanos. Bajábamos… Y se paró. Tres, cuatro, cinco minutos. Una niña en carrito y su mamá, un papá con su bebé en carrito, una señora con muletas y servidora. “Oye, voy a pulsar a la campana”, dijo resuelta Begoña.

“¿Cómo se llama usted?”. “¿Como que cómo me llamo yo? Lo normal es que pregunten qué nos pasa”. Silencio. Unos diez minutos. Volvió a pulsar. “Mire, he llamado antes. Nos hemos quedado colgados en el ascensor. ¿Pueden mandar a alguien?”. “Ah, sí. Espere que lo comprobemos”. Largo silencio. “¿Oiga? Estamos dos carritos de niño, una señora con silla eléctrica y yo con bastones”.  “En la casa no tenemos servicio técnico, tendremos que esperar a que vengan”.

“No se abre la puerta”. Leo, de todavía no dos añitos, con su lengua de trapo, describía perfectamente lo que pasaba. El breve espacio del ascensor se iba calentando, menos mal que Begoña llevaba un abanico. Al rato, acudieron dos señores con corbata y lograron abrir las puertas, ayudados por el papá de Leo, a fuerza bruta. Estábamos entre P-1 y P-2. Pusimos dos papeleras de tope, trajeron botellines de agua fresca. Podíamos respirar.

La mamá y su niña salvaron el desnivel ente el ascensor y el piso, su silla era ligera. “Comencé el año con mal brazo, mal pie, y ahora esto”, compartió Begoña. “Menos mal que tu madre no está, con la claustrofobia que tiene”, dijo su padre a Leo. Llegaron los dos técnicos, cerraron las puertas, y tras varios golpes secos de sube y baja pusimos pie en tierra firme, mi silla y yo las últimas. Una hora encerrados da para mucho.

María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora

(Herado de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 13 de julio de 2025).

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