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La lampara encendida

Polvo de santidad

Polvo de santidad

Foto EFE / Ballesteros

Como una de mis mejores amigas, que hizo su tesis de licenciatura en Historia del Arte sobre los cementerios, siempre me atrajeron los camposantos, especialmente rurales y de inhumación en tierra. Frente a la tendencia en nuestra necrópolis zaragozana de duplicar las incineraciones a los enterramientos, en mí sigue pesando la cultura judeocristiana, como tal cultura, el deseo teresiano de la monja andariega de ser sepultada en Alba de Tormes, o el de mi estudiado e idolatrado Manuel Pinillos del contacto con la madre tierra, en vez de la frialdad del nicho, para su más largo viaje.

Supongo que todo ello conlleva un proceso, un tiempo, un ir envejeciendo lentamente, o ver envejecer a los seres queridos, un hacerse añejo como el vino. E imagino cómo en la catástrofe natural o bélica, en la enfermedad sobrevenida de repente, el accidente o la pandemia, no es igual.

El pasado miércoles se rendía homenaje, en el funeral laico celebrado en el Museo de las Ciencias de Valencia, a las víctimas de la DANA que asoló la ciudad y las zonas limítrofes al Turia. El dolor por las pérdidas se mezcló con la rabia y la impotencia, ante hechos que seguramente hubieran podido evitarse. La lluvia es el primer fenómeno que más catástrofes provoca en la región, pero no en este caso.

“Yo cuento mi historia, pero aquí hay 237 historias con nombres y apellidos, familias destrozadas y sueños rotos, familias que han perdido más de un ser querido, y niños”, afirmaba Natalia. Verdad, respeto, humanidad. Válido para cualquier duelo.

Poco más de una semana, los reyes y sus hijas presidían un acto público mucho más gozoso. “No debemos olvidarnos de atender, con acciones responsables y medibles, a quienes no lo tienen fácil, a las personas más vulnerables, a los jóvenes que pelean para formarse, para tener un trabajo, para tener un hogar, a las personas mayores que no desean estar solas, a nuestros niños y niñas en riesgo de pobreza”. Afirmaba en su discurso la princesa Leonor, que dirigió una carta a los premiados.

En esa santidad creo, en la del día, la superación y el compromiso, el llanto y la alegría, la esperanza. Eso es “salir de la trinchera, sacudirnos el miedo, unirnos para hacer las cosas mejor”. Aparte las creencias de cada cual, ese pequeño paraíso incuestionable y sagrado.

María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora.

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El foco", domingo 9 de noviembre de 2025).

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