Blogia
La lampara encendida

Articulos

Aragón, el paisaje y lo telúrico en Baladas a dos cuerdas, de Rosendo Tello Aína

Aragón, el paisaje y lo telúrico en Baladas a dos cuerdas, de Rosendo Tello Aína

Foto Asociación Aragonesa de Escritores, dibujo de Pilar Aguarón Ezpeleta

María Pilar Martínez Barca

La obra del poeta se divide en dos partes esenciales. Formada la primera por los libros iniciales –Ese muro secreto, ese silencio y Fábula del tiempo–, con su característico surrealismo lírico y personal, y la trilogía, más abierta a la épica y al compromiso, de Paréntesis de la llama, Libro de las fundaciones y Baladas a dos cuerdas (por orden de composición), que luego se convertiría en pentalogía con Meditaciones de medianoche y Las estancias del Sol. La segunda etapa, a partir de Cárcavas del sentido, como puente, y Más allá de la fábula, se condensaría en un pensamiento más elegiaco: “De la plenitud madura del recorrido solar se accede a la noche oscura de la existencia y a la decadencia del tiempo y de la edad” (Luis Felipe Alegre, Prologo a El vigilante y su fábula, Zaragoza, Prames, 2005). Reflexiones íntimas, metafísicas y metapoéticas, en torno a un mundo nuevo no precisamente esperanzador, pero siempre transido de belleza.

El paisaje de una región va moldeando el alma de sus habitantes, y Aragón no podía ser una excepción. Nuestra tierra, sedienta, produce caracteres toscos, tercos en ocasiones. Pero, frente al paisaje, se levanta la persona y el poeta, comprometido consigo mismo y con su entorno. Una de las constantes en la obra de Rosendo Tello es su gran cuidad y delicadeza en el estilo. Mima al máximo cada poema, cada verso, cada palabra. El poeta profesor, de la altura de altura de Pedro Salinas, Dámaso Alonso o, ya entre nosotros, Miguel Labordeta, Ildefonso-Manuel y Fernando Ferreró, amén de su virtuosismo lingüístico musical, yo diría que innato, tiene todo estudiado.

La estructura del libro

Baladas a dos cuerdas serviría de bisagra entre los primeros poemarios y el siguiente bloque, épico social. En palabras de Luis Felipe Alegre: “Sujeto, objeto y lenguaje han perdido su significación; de ahí la sátira amarga con que se enfoca la realidad fantasmal contemplada”. Pero no nos engañemos: lírica y épica son las dos cuerdas que dan título y sentido al poema.

Comienza el conjunto con los dos últimos versos del Libro de las fundaciones. Esto, que se repite en todos los poemarios, da la idea de obra completa a la que tiende el poeta. De un lado, la balada es una composición poética de tono lírico y melancólico, pero que narra hechos legendarios y tradicionales (como la épica). Las dos cuerdas representan el lado lírico y el épico. Y además esas cuerdas pueden simbolizar la luz y la sombra entre las que oscila el poeta a lo largo del libro; o también el acto de la comunicación, como se ve en los versos finales de “El coro innumerable” (las dos cuerdas, a veces, se convierten en cien).

El conjunto de los poemas se dividen en dos partes: una épica y otra lírica, alternándose una composición en prosa (épica) y otra en verso (lírica), aunque no siempre es fácil la distinción (en un mismo poema pueden aparecer uno y otro estilo). Lo épico se identifica, aunque no siempre, con un descenso a los infiernos, mientras que el lado lírico representa una elevación espiritual. La sombra simboliza, en general, el elemento demoniaco; la luz es la ascensión. La alternancia se rompe en algunos casos: los cinco poemas que hay desde “Ecos de carcajadas” hasta “Los gallos de la aurora” están escritos en verso; y lo mismo sucede con los poemas “Mazmorra lóbrega” y “La luz del alba”. Esa ruptura se debe a que en la tensión entre la forma poética y los sentimientos acaban venciendo estos últimos; la emoción puede más que la perfección de los esquemas estructurales (la simetría no es tan rígida como en Meditaciones de medianoche, aunque aquí también se da).

Las letras iniciales de los poemas van formando, a modo de acróstico, el título de la obra. En los poemas épicos el título se lee normalmente (el que inicia el libro comienza por la letra B); mientras que en los líricos está escrito al revés, empezando por la última letra (la S de cuerdas). Justo en el centro del libro se encuentran dos poemas, “Lluvia en el muladar” y “El lobo Semirabis”, que comienzan por la letra O (de la palabra dos); esa O se encuentra aproximadamente en el centro del título (no hay una simetría totalmente perfecta).

La estructura refleja asimismo una lenta progresión hacia la luz y la esperanza. Las primeras composiciones son oscuras, infernales, como muestra de lo más degradante del hombre y la sociedad en la que vive. A partir de “Hacia la luz del alba” los poemas se hacen místicos; es la “vía unitiva”, la elevación de la persona (hasta ese momento había predominado el descenso, el sufrimiento, la ascesis). Pero en cualquier parte del libro pueden aparecer composiciones de uno u otro tipo. Y la gradación se da también dentro de cada poema; al final se vislumbra la esperanza, un horizonte de luz.

***

Lo telúrico

Centrándonos en el tema que nos ocupa, el elemento paisajístico está presente en todos los poemas: es como un escenario en el que se va desarrollando la obra. Van apareciendo distintos tipos de paisaje según lo que se quiere expresar en cada momento.

Predomina una atmósfera desierta, desolada. Es una “tierra de cal y hueso”, donde falta la vida y la vegetación escasea. Elementos característicos de este paisaje son el polvo, las grietas causadas por la gran sequedad del terreno, un viento violento… y, sobre todo, el sol, un sol abrasador que mata la poca vida que pueda brotar. Porque la naturaleza no es solo un telón de fondo, sino que tiene un importante valor simbólico: la sequedad es reflejo de una sociedad corrompida donde no se tiene en cuenta el amor, ni al ser humano.

Ese paisaje desértico puede referirse a la tierra aragonesa en general, pero también reflejar un lugar concreto de la misma. Como ocurre cuando el poeta recuerda con nostalgia la infancia en su pueblo: “Claros eran tus cielos, sus llamas hontanares, guirnaldas de pausados albores, engalanadas lunas; verano polvoriento ahora por tus plazas roncas como planetas de azufre y de salitre”[1].

El ambiente rural visto desde la niñez y la adolescencia (lleno de alegría y esperanza) es muy distinto al que se contempla en la edad adulta. No interesa tanto resaltar los detalles geográficos de una localidad determinada, sino los aspectos generales del suelo aragonés (se generaliza lo concreto). En poemas como “Lamentación de ciego” se observa de un modo todavía más explícito esa desolación del paisaje, al recordar la infancia perdida.

A veces, como sucede en la obra de Gabriel Miró, Aragón pasa a ser Tierra Santa. Es el caso del poema “Camino de Emaús”: “Un sendero de tobas calcinantes, lunas, gotas / de luna sobre pitas, llameantes minaretes y doradas, / rojizas azoteas, brasas purpúreas en el confín”. Estas referencias al plano religioso reflejan la necesidad de una mayor confraternidad entre los hombres.

La misma sensación de desolación y soledad, pero en un ambiente urbano (y más concretamente en Zaragoza), aparece en “Niké”, o en “Visión en Valdespartera”: “A mi llegada el viento aporreaba las ventanas, aullaba en los veloces corredores de la noche. De Casablanca al Arrabal, del Canal a Delicias, donde pierde su efigie el monte acuchillado por el cielo”.

En el poema “La ciudad fantasmal” aparece Huesca, como “un tenso  fanal metálico”. Y en algunos interiores se refleja también esa sensación de muerte y abandono a la que nos venimos refiriendo. Así sucede en “Niké”, donde la acción se desarrolla en un viejo café, o en “Falaz Pentecostés”, poema en el que se nos sitúa en un cuarto frente al mar.

El tiempo que corresponde a este paisaje extremadamente seco es el verano, cuando el sol es más ardiente que nunca, y el atardecer, símbolo de la decadencia. Esto último se ve claramente en “Como una gota clara y silenciosa”.

Frente a la naturaleza desértica, hay otra fresca, llena de vegetación y de vida. Se trata de pequeños rincones de la tierra aragonesa, expresión de los valores positivos que esta encierra. Son, por ejemplo, los “jardines mudéjares”  en medio de toda la muerte que representa “Concolorcorvo”.

En la composición “Entre los cabrahígos” aparece ese mismo ambiente de frescura, de paz, esta vez en un cementerio. Es como si la muerte fuera una salida, un escape: “Silvestre llanto, risas azoradas por un aire de fiesta, un oriente entrevisto por augures en los claros lunares de unos idus sombríos”. No dejan de estar presentes, con todo, la tristeza y melancolía propias del lugar. En “El Poeta”, poema en homenaje a Miguel Labordeta, el cementerio tendrá un valor aún más negativo.

En esta naturaleza más exuberante, aparecen la luna y la noche como algo positivo, en oposición al ardor solar diurno del terreno desolado.

Hasta ahora hemos visto un paisaje real, geográfico. Pero hay otro paisaje meramente simbólico, fantástico, que solo existe en la mente del poeta. Son espacios terroríficos que se pueden identificar perfectamente con el Infierno cristiano; en ellos son característicos el fuego y las sombras, las tinieblas. Representan estos lugares un descenso del autor de su mundo interior a la sociedad, trasunto metafórico del Infierno. La sociedad está vista aquí en su aspecto más negativo; y esos espacios (pese a ser fantásticos) reflejan esa sociedad que vuelve a identificarse con nuestra tierra.

En “Barranco del Agua Amarga” aparece este tipo de paisaje: “La estridencia salvaje, el alarido de la Loba del Sol que ulula en el Barranco del Agua Amarga. Allí oscuras siluetas talladas por el pánico dan la espalda a la luz, esculpiendo el vacío de la Gruta Fantástica. […] Hora del alboroto zumbante de la luz que repica en batanes de tiniebla con pulso razonado hasta el aullido del silencio”.

Un caso semejante lo encontramos en “La ciudad fantasmal” (aunque aquí el paisaje está un poco más dulcificado), o en el poema titulado “En la candente glera”. Muchos de los elementos simbólicos de este paisaje son los mismos que los de la tierra desolada real. Pese a que en este ambiente la noche tiene un valor negativo.

Por último, dentro también del mundo fantástico y metafórico, se da otra naturaleza fértil, que se corresponde con el paisaje lleno de frescura y vegetación visto anteriormente. Simboliza este espacio una esperanza, la salida de un mundo inhumano; salida que se logra mediante la búsqueda de otra sociedad que tenga más en cuenta al hombre y al poeta, o a través de la interiorización.

El agua (el río, la lluvia…) es aquí símbolo de fecundidad –la lluvia poco abundante y estéril aparece en el paisaje desértico como todo lo contrario–. Otros elementos son el alba, la montaña –símbolo de espiritualidad…–. El paso de la barca en “La ciudad fantasmal” no representa otra cosa que la búsqueda de ese mundo nuevo y puro al que se aspira.

Pero quizá donde más claramente se vea el simbolismo de este paisaje sea en “Hacia la luz del alba”. Este poema supone una ascensión, después del descenso que hemos contemplado al Infierno de la sociedad; esa ascensión no solo constituye el tema de la composición poética, sino que se refleja en la estructura total del libro, pues a partir de aquí los elementos simbólicos representan más lo positivo, la esperanza de algo más: “Arriba, más arriba, más allá de las brasas / que el viento apaga al fondo de las peladas cárcavas, / más allá de los árboles templados como espadas, / marcharás algún día hacia la luz del alba”.

Para llegar al alba es necesario pasar por la noche –vista aquí como esperanza de la luz–, por el bosque –símbolo de la interiorización–, por el alejamiento de la sociedad y la soledad que eso supone… Es curioso observar cómo para subir a la montaña o al bosque –el poema es como un camino hacia allí– es preciso descender a nosotros mismos, ya que “la cumbre se adormece mientras cantando bajas / alto, desnudo y libre hacia la luz del alba”.

Puede suceder que un poema comience por una tierra desértica y termine en un paisaje lleno de vegetación. Al final, es más frecuente este segundo marco natural, ya que el libro va avanzando, in crescendo, hacia una realidad más esperanzada.

Baladas a dos cuerdas está impregnado de un extraordinario amor del poeta a su tierra natal, y del dolor cuando esta enferma. Pero ese teluirismo envuelve a su vez los otros componentes temáticos: lo religioso, lo social, lo metapoético. Ejes temáticos que dan forma y son expresados al mismo tiempo por diversos recursos fonéticos, morfosintácticos, semánticos y múltiples referencias toponímicas, mitológicas, culturales… Elementos cuyo estudio excede este pequeño artículo, y que condensan esa lección de autenticidad poética, existencial y humana, y mimo por el lenguaje que es la obra de Rosendo Tello Aína.

[1] Todos los textos transcritos pertenecen a la primera edición de Baladas a dos cuerdas.

(Revista Imán, Número 24 / Junio 2021, Asociación Aragonesa de Escritores, [en línea], . [Consulta: 22-6-2021]).

El verso luminoso y circular

El verso luminoso y circular

POESÍA. FERNANDO FERRERÓ, EL PATRIARCA DE LAS LETRAS ARAGONESAS, PIBLICA CADENCIA.

Poesía aragonesa, Cadencia, Fernando Ferreró, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Colección La Gruta de las Palabras, 2015, 50 páginas.

A Fernando Ferreró (Zaragoza, 1927) se le ha definido como poeta intelectual, elegante, puro; entroncado de la generación del 27 a la del 40. En su primer poemario, Acerca de lo oscuro (1959), refundido en 1982 en De la cuestión y el gesto –junto a Hacia tu llanto ahogado (1960)–, se encerraba ya toda su semilla.

De sus padres, maestros, le vendría la savia de Ortega y Gasset y María de Maeztu. La Guerra le dejó sus cicatrices, transfiguradas en lírica. San Cayetano, el colegio Santo Tomás de Aquino o el Café Niké, amigos para la memoria –los Labordeta o Ildefonso-Manuel Gil–. Salamanca, sus años fecundos de estudiante. Benicarló y Alfaro, donde es profesor de Lengua y Literatura, el mar, sabrosas cartas con Manuel Pinillos o el amor a Pilar, la fiel esposa y compañera. De sus viajes a Europa, experiencia y saber.

“Pero mi carrera literaria empezó de verdad en La densidad implícita (1988), que se completó con El texto mínimo y Perfiles (1988) y El paisaje continuo (1989). Entonces ya conocía bien a los expresionistas alemanes como Paul Celan. Estaba más al día, y vaciaba lo que estaba dentro de mí”, refiere en una entrevista a Antón Castro.

De Falacia y Ácromos, a Variaciones sobre un contexto inestable y Memoria, el amor, la forma, la esencia, el engaño, el tiempo. “Mis libros se van organizando mediante fragmentos con un sentido claro en la estructura. Y en la obra plástica me ocurre algo semejante: encuentro cosas, utilizo fragmentos acabados e independientes y los voy uniendo en un todo”, nos comenta.

Esa misma unidad continúa en Cadencia, círculo que se cierra y permanece. Así en la dedicatoria: “Como siempre, a Pilar”. Se inicia con un verso contundente, epigramático: “No comprendo el escrito / que llena el mundo” (pág. 9). El desconocimiento conlleva equilibrio; destierro junto a paz interior, de una luz no habitual: “Caminar junto al agua. / Sentirse azul bajo la tela / de un cielo que ilumina la tarde. / Mirar al interior de la esfera / o a lo íntimo que vive exaltado. / Este, pienso, es mi oficio (pág. 12).

Desde fuera, vislumbro una leve diferencia respecto a otros libros: la oscuridad, el ocaso de la vida –que se iban ya esbozando–; pero desde la calma de quien ha vivido la más hermosa plenitud. El “suave gris del alba”, “olores de humo”… el poeta sigue dibujando bellísimas sinestesias que enlazan con el todo.

“La inmóvil estructura se baña / en los ocultos pensamientos / que fluyen con el alba” (pág. 40). Y otro verso significativo: “Actitud reflexiva / del pensador entre sucesos / inquietantes” –pese a los tranvías incisivos”– (pág. 15). El nuevo pensador del siglo XXI.

“Al tender el espíritu / sobre la realidad contigua / entramos en la esencia / de la vida” (pág. 21). Paradójicamente, se busca la caverna, el acto inicial del intelecto (pág. 27). Es como si nos encontrásemos ante un ensayo lírico sobre la oscuridad, no solo metafórica, más clarividente y luminosa, directa y comprometida con el ser que en los primeros libros del poeta.

Y vuelve a encenderse la llama primigenia: “Terribles fuegos hacen / la aparición desesperada / sobre las páginas vacías. / Convulsión del espacio / desierto” (pág. 20). Lírica de lo cotidiano a flor de corazón: “Florecen al teléfono / malvas y largos tallos / que vienen de otra parte. / […] / El poeta aguardaba / un suceso ordinario / para hacerlo retórico” (pág. 22).

Sin embargo, es consciente de sus “Versos cerrados, / fruto para el esfuerzo” (pág. 24) –casi al modo del Paraíso de Soto de Rojas–. Antes las palabras significaban; ahora “Las paredes que habito / cubren de soledad su relato” (pág. 30). Y a la vez “Todo parece que emana / de mis ojos y surge / un mundo apaciguado” (pág. 36).

Fernando Ferreró se reconoce, auténtico como nunca: “Atardecer en los rincones / de mi cuerpo. Se queja / la forma articulada. / Te rodean siluetas / de inciertos pasajeros. / Olor a sombra oscura” (pág. 37). Y se escucha a sí mismo en íntima cadencia heptasilábica: “Escapa del dominio / del invierno que viene / […] / Refúgiate en la dicha / de acudir a lugares tranquilos” (pág. 39).

Los modelos de su estructura lírica –Bécquer, Juan Ramón, Jorge Guillén, Eugenio Montale– quedaron superados. Ha llegado a su círculo perfecto: “Vuelve al verso inicial / ‘adivina tu nombre’” (pág. 25).

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Artes y Letras", jueves 18 de junio de 2015).

Un juego de llaves

Un juego de llaves

Un juego de llaves, José Antonio Conde, Zaragoza, Libros del Innombrable, 2014, 46 páginas.

“La escritura, como la vida, es una búsqueda”, afirma Fernando Sanmartín en el prólogo. Y más si esa búsqueda es sincera, con un lenguaje cada vez más desnudo y transparente, que descifre las claves, los espejos, la aparente derrota.

“El acercamiento resbala / como la lluvia en los cristales”. ¿El reflejo velado de una despedida? “Ante la duda, / lo esencial: / la desnudez de provisiones”. José Antonio Conde no puede renunciar en su último poemario, Un juego de llaves, a la dicotomía, el poema breve y condensado, el exquisito mimo de la forma, el juego de la contradicción. Pese a que la línea entre ficción y realidad parezca adelgazarse más que nunca. “Todo me conduce / hasta ti / sin sensatez”.

Una arquitectura férreamente trabada, sin concesión a la inocencia. “Y un lenguaje perdido / de secuencias / encadena otro aprendizaje”. El poeta, adicto a los conceptos, juega con una economía más doméstica: de alquiler de pronombres, propiedades vacías, presupuestos al alza en emociones, recibos vencidos de pasión. Y reconoce: “Me gustan los interrogantes, / el cambio de susurro, / la plusvalía de los espejos”.

No podía faltar otro elemento siempre presente en Conde: los mitos. “… Sería como perder a Viriddiana”. El cine es otra de las claves de este libro, que pueden escribirse en un papel; de Candilejas o Scarlett O’Hara, pasando por Woody Allen, a Ingrid Bergman. Y Humphrey Bogart, el gran adulador. De perderse al “buscar en lo cóncavo / razones para el silencio” a las llaves que guardan los destinos, la penúltima clave: “Nunca  cierres las puertas”.

¿Derrota o simple juego de máscaras?

                                                                         María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Artes y Letras", jueves 5 de febrero de 2015).

Matute: vértigos en el bosque

Matute: vértigos en el bosque

“Todo lo que es hermoso tiene un instante, y pasa”, verso suelto de Luis Cernuda que inicia esta penúltima novela de la autora y rima como pocos con la totalidad de su obra anterior. Novela inspirada en el trasfondo de la guerra civil y en los dramas humanos de la época –y de todos los tiempos–, como Pequeño teatro, Los hijos muertos o Primera memoria. Pero a la vez fantástica, en la línea de La torre vigía, Olvidado rey Gudú, Aranmanoth o Paraíso inhabitado. Impregnada de una realidad y una verdad simbólicas, como afirma Pere Gimferrer en el prólogo, porque entre el día a día y la cálida ráfaga del bosque hay apenas un hilo imperceptible.

La joven e inexperta Eva, hija del Coronel, abandona el convento a punto de ser incendiado y regresa al entorno del que, un año antes, deseaba escapar. La historia acaba de ser creada en la mente de Ana María, como un árbol frondoso cuyas  ramas necesitan salir al exterior, pero los elementos se repiten en círculos concéntricos desde el primer relato que escribió hace setenta años. Las presencias que solo padre e hija pueden ver –como Adriana en Paraíso inhabitado–, los espejos inclinados, el desván, la cocina como refugio íntimo, las intrincadas relaciones familiares, los sentimientos como fuente de hermosura y conflicto, la muñeca fea, el simbolismo de las aves. La necesidad de sobrevivir… y sobre todo el bosque. “Perder el bosque inventado, tan inventado que jamás conocí otro más real. Recuperándolo paso a paso, minuto a minuto, hollando altas hierbas desconocidas, descubriendo detrás de cada tallo la realidad de un sueño incompartido”.

“Las cosas no son como creemos verlas”, dice Madre a la nieta. Nunca lo fueron. Ni en la amistad, ni en la familia, ni en la relación en sociedad. “Me tendí sobre los almohadones, como si así pudiera sofocar la mirada, la voz, la culpa. Siempre la culpa. Jovita sonreía mientras sofocaba las lágrimas, sabía hacerlo a la perfección. Yo no”. De ahí el conflicto, el drama personal, la contienda bélica. Pero los personajes también crecen, van madurando, se transforman. “Y mientras, sin saber cómo, atropelladamente, la figura de mi hermano crecía. Su fortaleza, su lealtad, su mismo silencio...”.

“La ventana de los halcones” y “Vértigo”, las dos partes de la novela. Y dos voces narrativas: “Hasta que al final mezcló la primera persona, cuando la que relata es Eva, y la tercera, cuando me conviene otro punto de vista, otra mirada”, nos revela Mari Paz Ortuño, amiga y secretaria de Ana María Matute, en el epílogo. Y su estilo de siempre, preciso, elegante, minucioso. Y el volver a los temas recurrentes, desde aquellos Cuentos de infancia de los cinco años, como la discapacidad –el Coronel usa silla de ruedas desde la guerra de Marruecos–.

¿Cuánto hay en la obra literaria de recorrido autobiográfico? ¿El nombre de la niñera, Mada? ¿Los estruendos horribles de las detonaciones, que dejarían tartamuda a una niña sensible? ¿Los secretos del bosque? “Le acaricié el cabello y por primera vez me atreví a besarle en la frente. Como hubiera hecho con un niño. Y me arrepentí enseguida. […] Huele a bosque, pensé, aunque probablemente eran figuraciones mías”. Cuando el vértigo interior y las limitaciones físicas la tenían cercada ya casi en la frontera, Ana María Matute continuó impasible ese compromiso fiel con la escritura suya de cada día y con nosotros, los lectores.

Parece un final abrupto, una muerte súbita. En el capítulo 11 leemos: “Berni no recordaba el primer día en que lo había visto. Para él hacía ya tantos años […] que se trataba de algo perteneciente al paisaje, como un árbol. Simplemente el chico de al lado”. El primer relato de la autora, publicado en Destino en 1947, se titulaba “El chico de al lado”. ¿O el bosque que ha alcanzado la plenitud del círculo?

María Pilar Martínez Barca

(“Ficción. La novela póstuma de la escritora, Demonios familiares, cierra un círculo. Matute: vértigos en el bosque” –Narrativa española, comentario a Demonios familiares, de Ana María Matute, Destino, Áncora y Delfín, Barcelona, 2014, 184 páginas–, Heraldo de Aragón, «Artes y Letras», jueves 16 de octubre de 2014).

Santidad y humanidad

 

 

Tenemos cierto dicho popular que termina en esta frase en latín macarrónico: “… liberanus Domine”. No quiero citarlo íntegro, porque no estoy de acuerdo. Los santos antes fueron personas, con sus errores y virtudes, como tú y como yo.

Cuando aún era muy niña, recuerdo estampas y postales, platos de pared y ceniceros, con la efigie de Juan XXIII. Tuvieron que pasar algunas décadas para saber que había sido el Papa que cambió el rumbo de la barca de Pedro y sus apóstoles, es decir, cada uno de nosotros, cuando una turbulenta tempestad continuaba agitando, como siempre, las aguas de este mundo.

De la Misa de espaldas y en Latín, a la Eucaristía para todos: niños, jóvenes, matrimonios… En la parroquia había algún cura obrero. El nuestro era el Jesús humano, como el de Santa Teresa. La Iglesia, ese espacio íntimo y solidario donde crecer y descubrir: “La doctrina de Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecedera” (Mater et Magistra).

Y fue precisamente mientras iba creciendo en esa Iglesia, cuando me encontré personalmente con Juan Pablo II, aquí en la Romareda; y años después en Roma, en un sitio reservado, dentro de la Audiencia General, para ciudadanos de la tierra y del cielo sentaditos. El Papa montañero y deportista, que venía del Este, a punto de morir en una Guerra absurda, como todas, y de ser masacrado por su fe.

Nada es por casualidad. Ni su preocupación social ni su pasión ecuménica y viajera; su espíritu juvenil, su empatía con la cruz hasta el extremo ni su alegría. “Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado — no podía ser de otro modo — dentro del horizonte de la autoconciencia personal” (Fides et Ratio).

Y tampoco es casual que sea el papa Francisco, uno de los mayores artífices de cambio en esta era de nueva transición –el tiempo lo demostrará–, el encargado de beatificar a Angelo Roncalli y Karol Wojtyla. Dios conoce la última razón.

 

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", lunes 28 de abril de 2014).

No perder las raíces

No perder las raíces

 

 

El Domingo de Ramos se siguen llenando las iglesias. Aunque algunas madres se pasen la misa comentando problemas de sus hijos, o lo ricos que crecen; y más de un padre ponga cara de “esto no va conmigo”. ¿Por lucir ese día las mejores galas? ¿Por comprar a los peques chuchees para la palma? ¿Por seguir a Cristo en su borrico? Por lo que sea, la tradición continúa arraigada y vigente.

Pese a quien pese, y a las merecidas vacaciones que todos ansiamos estos días de fiesta, las calles de Andalucía y Castilla, Valencia o Aragón, se nos llenan de imágenes del Jesús ajusticiado, flagelado, moribundo, yacente; y de su Madre Dolorosa, con lágrimas de cera, escayola o madera, que le embellecen más un rostro prematuramente envejecido. Y se apelotonan los fieles y devotos, visitantes, turistas y algún que otro niño despistado que pregunta qué quiere decir Credo –nunca lo había oído–.

La noche y la tronada retumban en los tambores muy dentro de nosotros, en cada cual con ecos diferentes, tantos como colores llevan los capirotes y los hábitos. Cuando era pequeña, había una curiela o curandera –se le llamaba así– que en estos días santos quedaba como muerta, sin comer ni beber ni respirar casi. Y antes, en ambientes rurales como el de mis padres y mis abuelos, se celebraban las tinieblas: cánticos en latín, apagadas lámparas  y velas, y un tronar tremebundo de zapatos en el suelo del coro de la iglesia. Años preconciliares de fe y temor de carbonero, hambre y oscuridad.

La de mi generación fue una espiritualidad bien diferente: de pascuas juveniles compartidas en mitad de algún monte o en una ermita aislada, de alegría sincera, de vivir a flor de piel el Fuego, el Agua, la Palabra y el Pan –las partes fundamentales de la Vigilia Pascual–. Años de transición personal y social, en los que las tildes se ponían en sílabas de vida, y no de muerte.

¿Con qué forma preferimos quedarnos? Algo tan personal como el color mismo de los ojos, o la propia fe. El Papa Francisco recomendaba el examen de conciencia; o quitar importancia a los ritos alimenticios cuaresmales y hacer más hincapié en acortar los puentes con el prójimo. Se puede en una iglesia, o recitando el Rosario; pero también, como Antonio Machado, cantando al Jesús humano que sigue andando en el mar.

Santa Teresa hablaba de compartir la cruz y la alegría con el Esposo. Personalmente, me quedo con los capirotes verdes, con la losa corrida, con la blancura del Encuentro. Con la Resurrección.

María Pilar Martínez Barca

 

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", viernes 18 de abril de 2014).

Pobres o ricos

Pobres o ricos

 

 

Foto: Luisa Roco.

 

“Hombre rico, hombre pobre”, así se titulaba una exitosa serie de televisión, estrenada en Estados Unidos en 1976 y traída a nuestra caja tonta, ya en colorines, pocos años más tarde. Me la recordaba el otro día la representación de un clásico de Miguel Mihura, “Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario”, estrenado en el Teatro María Guerrero de Madrid el 17 de diciembre de 1943.

Abelardo, un opulento millonario, está dispuesto a perder su fortuna por amor a Margarita, una joven de clase media. Convertido en mendigo, esta lo rechaza de nuevo por demasiado pobre. Emprendedor como es, organiza a los mendigos en la Pobre Trust Company y finalmente recupera sus millones, para terminar renunciando a todo en aras de la libertad”.

¿Historias de la abuela Cebolleta? La obra era representada por la Compañía de teatro Montearagón, bajo la dirección de José Enrique López, en beneficio de ARAPRODE (Asociación Prodesarrollo Psicomotor del Niño). Doce profesionales como la copa de un pino que trabajan altruistamente. ¿Por amor al arte?

Los niños de ARAPRODE son niños con capacidades especiales, de diversidades funcionales muy distintas. En los diez años que llevan caminando, casi desde que nuestros caminos se cruzaron por esas causalidades nunca fortuitas de la vida, la Asociación ha venido desarrollando una labor inmensa. Desde el simple encuentro o la reinserción en el entorno –las familias con hijos diferentes pueden verse aisladas del círculo de amigos–, pasando por terapias específicas –hidro e hipterapia, logopedia…–, a las salidas de los fines de semana, el campamento de verano en la montaña o el apoyo entre los padres.

Ah, y la concienciación en los colegios, esencial cara a una educación realmente inclusiva. “No os imaginaríais de lo que son capaces. Están acostumbrados a las dificultades y tienen una voluntad y unas ganas de vivir impresionantes”, afirma Luisa, maestra de ceremonias y madre de Javier, un adolescente super inteligente e inquieto a quien recuerdo tan apenas un bebé.

¿Una Compañía de teatro que actúa gratis donde se le necesita? Alucinas a cuadros. Como ante tantos voluntarios, en estos tiempos, que regalan su ocio a cambio de ser felices con estos jóvenes, que tanto tienen que enseñarnos. Y vuelvo a mis años casi niños, cuando empecé a salir con otros voluntarios y jóvenes diversos. Y compruebo que una buena obra literaria, como la cualidad humana, son atemporales. ¿Pobres niños? ¿O niños que enriquecen?

María Pilar Martínez Barca

 

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", lunes 14 de abril de 2014).

La Transición sobre ruedas

La Transición sobre ruedas

Foto: Heraldo

Puedo prometer y prometo que no viví en la era de los dinosaurios. Es más, ni los estudiábamos en nuestra EGB particular. Porque los niños minus-válidos no íbamos a la escuela. Los teléfonos eran de esos de rueda tan difíciles de marcar, acabábamos de estrenar la tele de color, no había alternancia de partidos ni divorcio; no existían sillas motorizadas, aceras rebajadas, aparcamientos reservados ni una red organizada de ferrocarril.

En el 76, con catorce años, yo era una cría que jugaba con muñecas. Supimos por primera vez de una asociación que ayudaba a sacar y validar sus estudios a personas con discapacidad. Tuve los primeros profes que no fueron mis padres; y comencé a salir las tardes de los sábados y, de lunes a viernes, a asistir a un aula colectiva improvisada con otros seis compañeros también en silla –dos de ellos recibían clase de alfabetización–.

Íbamos a colonias de verano, mi primera odisea fuera de casa –tenía ya los quince–. Y junto a la enorme pizarra y los Estudios Primarios, la música y la letra pegadizas de Libertad sin ira, del grupo Jarcha, entremezclada con las melacólico reivindicativas de Silvio Rodríguez, la apología de la hoz y el martillo de uno de nuestros compis –Jesús fue el primer comunista de la Historia, comentaba–, nuestras charlas tímidas o soeces sobre el sexo, éramos solo dos chicas, unos primeros besos… Yo alucinaba a cuadros. Fueron mis despertares, mi primera educación sentimental.

Por la calle, carteles y nuevas melodías en los altavoces de los coches. Se convocaron elecciones después de décadas –no tenía yo aún edad de voto–. En la televisión, manifestaciones ilusionantes de estudiantes y obreros, expresiones vetadas desde una vieja guerra, personajes políticos que volvían a España. Integración social  con otros jóvenes, un BUP a distancia. La noche en la que los tanques salieron a las calles de Valencia yo estaba enfrascada en mis estudios. Pero se me quedó grabado en la memoria el rostro de aquel joven presidente, algo canoso ya, y sus palabras: “Conviene más para el bien de España que yo me marche”.

La Universidad, unos primeros libros, todo un largo camino sobre ruedas. Y vas atando cabos: ¿posibles las autonomías y la propia autonomía personal sin un primer consenso democrático? Fueron remodelando el campo de la Uni y la ciudad; las personas con limitaciones importantes comenzamos también a salir del armario; se creó una Ley de Dependencia. Y comprendes: la pérdida del amor de tu vida puede robarte los recuerdos. Cuando entré en el Foro de Vida Independiente, la fotografía de Adolfo Suárez con el Rey nos sirvió de eslogan: “Todos somos Suárez. Todos somos diversos”.

Y añoras. Volverán las oscuras golondrinas… Porque somos globales, con la sabiduría y la memoria históricas al alcance de un clic. Pero ese ser humano y presidente, tan leal a sí mismo y a sus prójimos, que conjuraba a un tiempo crisis y terrorismo, con sólidas raíces en el Ávila mística, ese, no volverá. ¿Seguirán algún día sus sucesores el hermoso camino que inició?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El reflejo", miércoles 26 de marzo de 2014).

San Valentín de viento

San Valentín de viento

 

Foto: Jesús Alba.

Pensábamos celebrarlo en el circo, que está frente a mi casa, cuando mira por dónde empezaron a desmontar la gigantesca lona que alberga tantos sueños e ilusiones, y miradas de asombro de niños y de grandes. Nuestro querido cierzo, entrañable y traidor, amenazaba con hacer de las suyas.

Otra parte de las semillas cayó en terreno pedregoso, donde no había mucha tierra y brotó pronto por no ser hondo el suelo; pero al salir el sol, se agostó y se secó porque no tenía raíz” (Mateo 13, 5-6). Así es a veces el amor. Las relaciones interpersonales, de uno u otro sexo, se dan a todas luces con más precocidad –si bien una digamos tía tatarabuela contrajo matrimonio a los doce años–. Ahora el wasap, la tablet e Internet les hace conocer a los jóvenes, en el sentido bíblico, a edades más tempranas.

Sin duda con la crisis, las separaciones han disminuido, no sé si en paralelo al precio de la vivienda. Pero el amor eterno se quedó en el limbo de los cuentos, el cine y la literatura. Nadie duda de las buenas intenciones ni de las promesas de los tórtolos, pero el día a día es cuestión aparte. Y excepciones las hay que lo confirman.

¿Un médico sacerdote que casaba en secreto a los soldados? ¿Un obispo italiano? ¿O aquel otro mártir de la provincia romana de África? Todo apunta a que San Valentín vivió y fue sacrificado en el siglo III de nuestra era, cuando el emperador Claudio II perseguía el enlace cristiano del amor. La Iglesia dejó de celebrar su patronazgo por tratarse de un santo más legendario que documentado en la Historia. Hoy se intenta volver a las raíces.

“Hoy nadie nos aguantamos”, se escucha en la calle. Y un poco sí es verdad. La lupercales romanas, fiestas paganas iniciático eróticas –algún atisbo queda por Galicia– se han sustituido por las ventas, los juguetes sexuales y las cenas románticas con velitas y champán. Aunque en los últimos años las hagamos domésticas, con pizzas anticrisis compradas en el híper. Y nos quedamos inflados y vacíos, como buñuelos de viento.

¿No será que construimos sobre arena y el cierzo amenazante nos derriba la casa de los tres cerditos? Nos falta pasar como pareja por el crisol que purifica; crecer y envejecer cogidos de la mano y la mirada atenta y encendida. Nos falta corazón.

Menos mal, fue una falsa alarma: la carpa volvió a levantarse, descomunal e íntima. ¡Podemos ir al circo! Y disfrutar, como niños, y volver a enamorarnos. El amor, de adobe y de estrellas, sigue siendo real.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día",  viernes 14 de febrero de 2014).

De res publica

 

 

En latín, cosa pública, asunto de interés común. De ahí el romance república, “cuerpo político de una sociedad”, o “causa pública, el común o su utilidad”, dos de las acepciones del castellano de hoy. ¡Cómo van cambiando y transfigurándose las palabras! Véase por ejemplo matrimonio, opuesto a patrimonio –de raíz y connotación femenina y masculina respectivamente–.

Pero no nos vayamos por los cerros de Úbeda. Viene todo esto a colación de que de la “politeia” griega a la política actual va un abismo de siglos y de mentalidades. O quizá no tanto, que ya a Platón le preocupaba la ética, la moral y la justicia de ese animal político que es el “homo sapiens” en sociedad. ¿Habrán elaborado un tratado a conciencia de la “polis” esos nuevos partidos que quieren presentarse a las elecciones europeas?

La marca se ha cambiado por el producto en sí, igual que en las farmacias los genéricos a raíz de la crisis –“mutación importante en el desarrollo de otros procesos, ya de orden físico, ya históricos o espirituales”, frente a recesión, “acción y efecto de retirarse y retroceder”–. A los ciudadanos de a pie o sobre ruedas no nos convencen ya las siglas.

Que nos bajen la luz, no nos suban el pan de cada día y creen más puestos de trabajo –“ocupación retribuida”–. Ese sí es un lenguaje de accesibilidad universal, que lo entendemos todos. Que cuentas y presupuestos se ajusten a números y necesidades reales, la justicia sea igualitaria, se construyan colegios en los barrios nuevos y los octogenarios dependientes –“persona que sirve a otra o es subalterna de una autoridad”– no deban esperar dos años para optar a una residencia. O muchos nos conceden plaza residencial cuando lo que pedimos es poder disfrutar de nuestras capacidades diferentes en nuestro propio entorno.

¿Juego con las palabras? ¿Y quién no? Veía el otro día la película “La ladrona de libros”, inspirada en el libro de Markus Zusak: la palabra como hálito de vida y poder en pleno imperio nazi. De eso nuestros políticos y lingüistas siguen sabiendo un rato. Aunque más que el poder es la necesidad de sentirnos queridos: “Mi vida ha recomenzado varias veces. El día que perdí las piernas, el día que retomé el deporte, el día que conocí a Juan Pablo, que hoy es mi marido, el día que nacieron mis sobrinos y, por supuesto, el más especial y determinante. (…) ¡Íbamos a ser papás!” (Nunca es demasiado tarde, princesa, Irene Villa).

Volvamos a Platón: Vemos solo las sombras en la Caverna, nunca la realidad. ¿Es así la política?

 

María Pilar Martínez Barca

("Sobre la cosa pública", Heraldo de Aragón, "Tribuna", "La opinión", martes 28 de enero de 2014).

Buenos días, alegría

Buenos días, alegría

Fuente imagen: google.es.

Cuentan que empieza a verse la luz dentro del túnel; que vamos a comenzar a remontar y a olvidar ciertas palabras –recesión, crisis, paro–. Se comenta que va a crearse y no destruirse más empleo. Dicen que la Historia es un péndulo y el fiel se inclina ya del lado positivo. Cuentan… ¿Cuentos?

Todavía alimentos y productos básicos parece que van a triplicarse. El monstruo de las siete colas las sigue alargando ante las oficinas del Inaem, los comedores sociales y muchos contenedores de los híper. Entre sus lenguas de fuego y la noche oscura de sus fauces nos ha nacido, sin embargo, una nueva criatura: 2014.

Zamora no se gana en una hora; y las cosas no suceden en un abrir y cerrar de ojos, ni de la noche a la mañana. Mientras hay vida, queda siempre esperanza. Y el amor no se mantiene en un punto, sino que crece o decrece, como decía Teresa, la santa de Ávila. Nacer: empezar a salir de su semilla, aparecer, dejarse ver en el horizonte, prorrumpir, brotar, originarse, iniciar una nueva actividad, abrirse… ¿Habrá tantas posibilidades como sinónimos?

Frontera, puente, paso. No es casual que al cambiar de año expresemos los mejores deseos; va más allá del rito. Salud para los niños y los mayores, que ahora los abuelos mantienen muchas veces a la familia; trabajo para todos, o para muchos; euros en el bolsillo para poder llegar a fin de mes. Y un poco más allá, la mejor asistencia sanitaria, formación con mayúsculas, enseñanza inclusiva que no disgregue a nadie por razón de sexo, origen, o diferencia física o intelectual.

Ya puestos a soñar, que empiecen a dotarse económicamente los recursos para la Dependencia, ya sea ayuda a domicilio o asistencia personal. Que podamos decidir sobre nuestra propia vida, las mujeres con y sin diversidad funcional, la pareja, los niños. Que nos dejen crecer en libertad.

“Buenos días, tristeza”, un verso de Paul Eluard que inspiró la célebre novela de Françoise Sagan y posteriormente la película. Antes me sucedía al caer una hoja más del calendario, y más por estas fechas; pero también en eso se madura. “Suena, guitarrico mío; / suena, guitarrico, suena, / y no te importe que el viento / vaya barriendo tus quejas”, como reza la jota. Bienvenida, esperanza.

María Pilar Martínez Barca

 

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", sábado 4 de enero de 2014).

Nace Dios

Nace Dios

Foto: Heraldo.

“Entre un buey y una mula / Dios ha nacido…”. Parte de un célebre villancico popular cantado por los siglos de los siglos, que pasó a formar parte de nuestra educación sentimental de la más tierna infancia. Y nos quedamos tan anchos.

Veía la otra noche por televisión un interesante reportaje sobre un campo de refugiados en Burkina Faso. Me recordó un belén de aquel país, hace dos o tres años, en la exposición Belenes del mundo del Joaquín Roncal. Y es que los niños, morenitos, parecían figuritas de aquel otro Nacimiento africano de madera, raquíticas y esquemáticas. Solo que esta vez los muñecos tenían movimiento y vida propia –es un decir lo último–.

Escenas más que conmovedoras: los papás que acompañan a sus niñas, enfermas de malaria y desnutrición, durante varios días en el hospital prácticamente improvisado; la sala de colchones que hace de paritorio, o la balanza –una romana con plato– para pesar a los pequeños. Acceder a la escuela prefabricada es todo un lujo; pero pasar la frontera del parto y los primeros meses de existencia no lo es menos en muchas ocasiones. El dulce proteínico que Acnur reparte por aquellos países, y cuya sobras lamen otros niños como sabrosas chuches, es un buen paliativo. Las mujeres allí no se plantean aborto sí o no: les sale espontáneo. ¿Cómo sobreviven los bebés que vienen a este mundo con una limitación algo severa?

“Para ponernos en la piel de un refugiado, hay que pensar que lo hemos perdido absolutamente todo”, afirmaba la presentadora. Mientras, aquí volvía a caldearse la polémica: “Nosotras parimos, nosotras decidimos”, frente al “Hay que defender la vida y la dignidad humana por encima de todo”. ¿Retroceso retrógrado? ¿Dónde el avance socio sanitario universal si volvemos al modelo espartano del monte Tageito? Malformaciones no, gracias.

¿Volveremos a ver a más niños con síndrome da Down en nuestra escuela inclusiva? ¿O, por el contrario, habrá más viajes a países lejanos para desencargar bebés? El rostro de la reportera lo decía todo: ¡Qué ricos! ¡Qué ternura! ¡Qué impotencia! Muchos niños no tienen ni una tienda donde guarecerse, pero sus padres se vinieron para salvar la vida. “Ay del Chiquirritín, / Chiquirriquitín, / metidito entre pajas; / ay, Chiquirritín, / Chiquirriquitín, / queridín queridito del alma”.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", martes 31 de diciembre de 2013).

Bendita inocencia

Bendita inocencia

Hace días que El Corte Inglés encendió sus estrellas y que en los escaparates brilla el espumillón y el abeto de turno, pese a esta crisis pertinaz que no termina de despedirse ni al acabar el año. Eso sí, reconozco que Papá Noel les toma la revancha a los Magos de Oriente –tan ancianos– y al Niño Jesús; y que las Monster Hight ya no son como  aquella muñeca que me trajeron de pequeña y a la que hacía sitio en mi cama. Y aun con todo vuelvo a sentirme niña.

Pero no siempre reina la ternura, el sabor a mazapán ni el reencuentro. Junto a los grandes almacenes y muchos abrigos de visones, un señor sin piernas, sin marketing ni corbata, o una abuela de pañuelo oscuro, piden por el amor de Dios. ¡Si parecen pastores o pobres anacrónicos de un belén desfasado! Si te descuidas, a la vuelta de la esquina un joven o una madre con niños buscan en un cubo de basura. ¿No se habrán confundido de tiempo y de escenario?

Mejor volver a casa, sorteando todavía conciertos callejeros de inmigrantes que vienen de lejanos países, con cajas o gorras por bandeja –nada que ver con villacicos–. Y en la televisión, no todo son noticias halagüeñas: otro caso de violencia doméstica, u otra familia que se apea del tren por no poder pagar. Al menos, este año no va a ser de hospital, aunque sigan subiendo la luz, el gas y el agua; que dicen que en algunos hospitales conviven niños y mayores en una misma habitación. ¿Será por compartir fechas tan entrañables?

Recuerdo cuando en casa tocábamos panderetas, botella –de esas de Anís del Mono– y almirez; y aquella Navidad en la que me puse triste porque le vi a papá los cabellos más canos. Luego cumples diciembres y ya sabes: unos kilos de más, sillas vacías, alguna que otra arruga en el corazón. Menos mal que los peques nos van regenerando: otra vez los regalos, y hasta los Reyes Magos y las chuches. Todo casi perfecto, si el puñetero crío nos dejara dormir; que mañana él no va a la oficina ni a la fábrica. Y mejor así.

Yo pensaba todavía, ¡ay, bendita inocencia!, que todo se trataba de un Niño que nacía, con mayúsculas, para dar dignidad a la mujer y al hombre. ¿En qué cajón perdido de la infancia guardamos aquella otra Navidad?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", martes 24 de diciembre de 2013).

Derchos inhumanos

Derchos inhumanos

Del pueblo siempre me han contado casos chuscos, o curiosos –en román paladino–: la criada que se quedaba preñada del señor, los hermanos que dejaban de hablarse o el cura y los guardias civiles que perseguían a quienes merodeaban el pedazo sembrado en fiesta de guardar. La parienta obedecía a su hombre y paría con las orejas bajas, como una hembra más; y el tonto del pueblo era el hazmereír de todos, por acuerdo tácito y consuetudinario. Haylos siempre los hubo. Pero los medios de comunicación y el raciocinio de algo nos han servido, creo yo.

Puede ser el motivo por el que nos estremecemos de pavor cuando un matrimonio prepara, con premeditación y alevosía, los abusos sexuales a sesenta empleadas de hogar. O cuando vemos por televisión los tajos que se hacen innumerables inmigrantes en potencia que quisieran salir de su esclavitud. Barbaries existieron  siempre, solo que antes ponían los dos rombos –ante actos mucho más naturales– y ahora no.

Leía en la página web del Foro de Vida Independiente: “En la diversidad funcional se difumina el género, se soslaya el género del individuo para ubicarlo en una identidad mayor desde la que definirle más fácilmente: la discapacidad. […] El concepto de igualdad de género parece no tenerse en cuenta” (Marita Iglesias). Y a continuación: “Escribiendo este artículo tiene el lugar el fallecimiento de Beatriz Egea, una mujer con ELA, víctima de malos tratos presuntamente por parte de su pareja e hijo”. Un caso extremo. Pero una profesional amiga me comentaba cómo muchos discapacitados se lesionan voluntariamente para abstraerse del “otro dolor”.

Es aquí donde me quedo a cuadros ante hechos como que San Juan de la Cruz escribiese en la cárcel de Toledo el Cántico espiritual; que Viktor Frankl apostase por la vida en el campo de Auschwitz, o que Nelson Mandela hiciese germinar una nueva Sudáfrica desde una celda miserable. “Vivimos la vida que elegimos. La vida no es muy larga, tú decides sufrir o disfrutar”, escuchaba el otro día a Irene Villa. ¿Solo cuestión de voluntad?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", martes 10 de diciembre de 2013).

Se hace camino

Se hace camino

No hablaré de polémicas ni leyes, pese a tratar de la nueva Ley General de derechos de las personas con discapacidad y de su inclusión social (Ley General de Discapacidad): refundición de otras tres normativas anteriores: Ley de Integración Social de Personas con Discapacidad (LISMI, 1982); Ley de Igualdad de Oportunidades, no Discriminación y Accesibilidad Universal (LIONDAU, 2003), y Ley por la que se establece el régimen de infracciones y sanciones en materia de igualdad de oportunidades, no discriminación y accesibilidad universal (2007). El texto, sazonado con sabrosas especias de la Convención de la ONU de 2006, lo aprobaba el Gobierno el pasado 29 de noviembre.

Según dice un amigo, hemos ido abriendo sucesivas esferas: la de salir de casa, la de la formación, la del empleo. Y es un gozo leer en el Artículo 2 de la nueva Ley Definiciones como estas: “Discapacidad: es una situación que resulta de la interacción entre las personas con deficiencias previsiblemente permanentes y cualquier tipo de barreras que limiten o impidan su participación plena y efectiva en la sociedad”. “Igualdad de oportunidades: es la ausencia de toda discriminación, directa o indirecta, por motivo de o por razón de discapacidad”. “Vida independiente: es la situación en la que la persona con discapacidad ejerce el poder de decisión sobre su propia existencia y participa activamente en la vida de su comunidad, conforme al derecho al libre desarrollo de la personalidad”.

Se contempla la atención sanitaria y el sistema médico-preventivo-rehabilitador; el respeto a la autonomía y la dignidad; la educación inclusiva; el empleo –ordinario, protegido, autónomo–; diversas formas de discriminación, directa o indirecta, por asociación o por acoso… Pero se obvia por elemental uno de los ejes de la Convención: “Las personas con discapacidad tengan acceso a una variedad de servicios de asistencia domiciliaria, residencial y otros servicios de apoyo de la comunidad, incluida la asistencia personal que sea necesaria para facilitar su existencia y su inclusión en la comunidad y para evitar su aislamiento o separación de ésta” (Art. 19.b). ¿Cuándo se caerá del guindo? Resulta más barato que residencia.

“Al andar se hace camino, / y al volver la vista atrás / se ve la senda que nunca / se ha de volver a pisar” (Antonio Machado). Ojalá que los niños no vuelvan a ser privados de la escuela en común con otros niños; ni que vuelvan a darse tantos tratos vejatorios por motivos de discapacidad, más frecuentes de lo que sale en las noticias. ¿Hasta cuándo remiendos en odres nuevos?

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "La columna", miércoles 4 de diciembre de 2013).

No llueve a gusto...

Dicen que quien soporta nuestro clima es capaz de soportarlo todo. Y debe ser verdad. Ya bien entrado junio hacía un frío que pelaba, y a los dos días nos vino un calor que se freían los huevos en la acera. Por Pilares seguíamos sorprendiéndonos de que la temperatura no era la habitual –pese a que fue de agradecer para los feriantes y la ofrenda–; lo mismo que en los Santos. Y ahora, de repente, se ha echado encima el aguacero, un frío invernal y este cierzo traidor. Otros años en esta época ha hecho mejor tiempo. ¿Alguien nos dará gusto?

A mis sobris supongo que les supone cierto esfuerzo madrugar para ir al colegio o, ya, al instituto; pero disfrutan superándose. Y de algo tan sencillo los adultos empezamos a hacer cábalas, análisis poliédricos, comparativas, conclusiones hiper-surrealistas… ¿Educación para la diversidad o sobrevaloración de los talentos? ¿Español para todos o lenguas autóctonas y extranjeras? ¿Principado, corona o república catalano-aragonesa? ¿LOE o LOMCE? Tenía la otra noche la suerte de asistir a la Gala de ASPANOA (Asociación de Padres de Niños Oncológicos de Aragón) en su 25 aniversario. El humorista Javier Segarra, conductor de la misma junto a la periodista Mayte Salvador, invitó a participar a una niña feliz: no sabía nada de Urdangarín, Rajoy ni Don Juan Carlos; pero sí la canción del ratón de Susanita. ¿No tendrán más sentido común nuestros locos bajitos?

Escuchaba a Juan Goytisolo, flamante y merecido Premio Nacional de las Letras Españolas, cómo la Transición fue solo política, no ideológica ni mucho menos cultural. Y Javier Marías escribía recientemente en El País: “Van a cumplirse dos años desde las últimas elecciones. Sí, solo dos años, aunque parezca que Rajoy, Sáenz de Santamaría, Montoro, Mato, Wert y demás conmilitones lleven burlándonos una eternidad. […] Las partidas presupuestarias han caído en todos los ámbitos: los enfermos “copagan” sus medicamentos (es decir, los pagan dos veces); los “dependientes” se han quedado sin asistencia y algunos pacientes crónicos han de contribuir a sufragar las ambulancias que los transportan para sus tratamientos…” –y dale con mezclar churras con merinas, pero bueno–. ¿Sanidad pública o privada? ¿Tarjeta sanitaria para los inmigrantes, si o no? ¿Hasta cuándo seguir rizando el rizo? ¿Y los pacientes…? “Muerto el burro, la cebada al rabo”, decía el dicho popular.

Solo unos ejemplos. Porque entre “No hacen más que mentir” y “Estamos al final del túnel” va más de un trecho. Quizá la culpa, de Esos días raros de lluvia, de la autora María Pérez Heredia: “Solo es la historia de cómo nos convertimos en sombras sobre el asfalto y todo ese rollo. Nada más”. Habrá que aprender a sonreír. Rosa Montero habla de cómo una fiel lectora le envía una fotografía de Madame Curie sonriendo, ya cercana a la fecha de su muere, algo inhabitual en la científica. Y añadirá: “En las Navidades de 1928, Marie Curie le mandó una carta a su hija Irene para felicitarle las fiestas. Y escribió: “Os deseo un año de salud, de satisfacciones, de buen trabajo, un año durante el cual tengáis cada día el gusto de vivir, sin esperar que los días hayan tenido que pasar para encontrar su satisfacción y sin tener necesidad de tener esperanzas de felicidad en los días que hayan de venir””.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", lunes 25 de noviembre de 2013).

La discapacidad y la ley

Hay cuestiones enrevesadamente complicadas. Como persona, sin etiqueta alguna, siento un enorme alivio al recordar palabras como las pronunciadas el pasado julio por Alberto Ruiz Gallardón, ministro de justicia: “La malformación del feto no será ya un supuesto para abortar”. Nada que ver con ser casposo o progre, de izquierdas o de derechas, católico o contrario a toda creencia religiosa. Libertad por encima de todo. “No solo debe tener la mujer el derecho a decidir sobre un embarazo no deseado, sino que también es necesario que las condiciones socio-económicas y laborales permitan que las mujeres que quieran ser madres puedan serlo” (Elfriede Harth, socióloga e integrante de Católicas por el Derecho a Decidir).

Simplemente, cuando vi la primera ecografía de mi sobrino mayor –un puntito apenas– supe que ya era tía. Y numerosos colectivos se han felicitado por  la decisión del señor Ruiz Gallardón, que malformación no es sinónimo de sufrimiento, y no solo de economía y modelo médico viven las mujeres y los hombres. Javier Romañach, del Foro de Vida Independiente y Divertad, afirmaba hace poco: “Sin embargo, desde "el otro lado del espejo" las cosas se ven de otra manera. Antes de mi accidente, es decir antes de 1991, yo pensaba igual. Ahora, con 21 años de experiencia en la diversidad funcional, me parece irrisorio afirmar que una persona está condenada al sufrimiento si tiene: parálisis de ambas piernas, incontinencia de heces y orina, deformaciones en piernas y espalda, atrofia en los músculos. Y me parece irrisorio porque es como soy y vivo todos los días desde hace 21 años, y no sufro, vivo”.

Pero las mujeres sí hemos retrocedido, con menos libertad y capacidad de decisión que nunca. El señor Gallardón, en su compulsión irrefrenable de cambiar el Código Penal, se saca otro articulito de la manga: “El Ministerio de Justicia descarta eliminar el artículo 156.2 del Código Penal que despenaliza la esterilización forzosa de personas con discapacidad declaradas incapaces judicialmente porque considera que no se trata de una vulneración de sus derechos”. Las chispas saltaron enseguida. “Hay muchas formas de evitar embarazos, no podemos usar mutilaciones”, denunció Ana Peláez, comisionada del CERMI en la ONU. Aunque la violación de derechos no es privativa de personas con diversidad funcional del sexo “débil”: “Gallardón permite el internamiento perpetuo de enfermos mentales. […] El nuevo reglamento permitirá que una persona permanezca encerrada incluso por delitos que no ha cometido, en previsión de los que pueda cometer”.

Quien hace la ley, hace la trampa. “Curiosamente el rocambolesco suicidio de Ramón Sampedro fue visto, me atrevería a decir, con naturalidad por una buena mayoría de personas. […] Pero el hilo conductor de este breve apunte hace referencia a lo normal que vio la gente ese suicidio  y lo anormal que ven, por ejemplo, la vida de Stephen Hawking”, escribía Jesús García en su blog. Somos tremendamente humanos y contradictorios.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "La opinión", miércoles 13 de noviembre de 2013).

Santos del siglo XXI

Santos del siglo XXI

Imagen: www.rtve.es

Santo, “en el mundo cristiano, persona a la que la Iglesia declara tal, y manda que se le dé culto universalmente”. Me quedo con una acepción más de andar en zapatillas: “Dicho de una persona: De especial virtud y ejemplo”. Y es que a mí me enseñaron a diferenciar el día 1 de noviembre, Día de Todos los Santos, del día 2, festividad de los fieles difuntos. Santos en potencia somos todos, y muchas veces en acto.

Lo que pasa es que solo reconocemos las bondades del prójimo después de muerto, pero hailos los hay. Más allá de las madres abnegadas, la pareja que sigue dando su vida por amor –literalmente con frecuencia por desgracia–, quien cumple su trabajo con pasión y gozo; mi amiga Elena por ejemplo consulta al corazón y a las estrellas ante cada pequeña decisión. Me recuerda Amparo Portilla, mujer lanzada, enamorada y madre en proceso de beatificación. Así, con y griega, vino Loly a mi vida aquel agosto en unas colonias de la Frater. “Mira, como el Señor sabe que estoy débil me han tocado dos formas. No se le escapa una”. Se ha marchado en silencio, como vino.

Y he conocido a muchos buenos curas, compañeros de viaje y psicólogos. Aunque esto de la santidad tiene su aquel. ¿Hay también jerarquías? En el pueblo hay tres santos: San Roque, su patrón; el beato Antonio Rodrigo, joven mártir franciscano en la guerra civil, y Petra “la chaparrita”, humilde y trabajadora –llevaba las faenas más pesadas– que, de tan pobre, no tuvo ni conocidos que testificasen en su posible proceso. Una lápida sin nombre en la iglesia selló para siempre su cuerpo incorrupto. Solo tres letras: R.I.P.

Mártir, “persona que padece muerte por amor de Jesucristo y en defensa de la religión cristiana”. Pero también, “persona que muere o padece mucho en defensa de otras creencias, convicciones o causas”. ¿En nombre de qué credo tantos niños no llegan a nacer? ¿Por qué murió Asunta, supuestamente en manos de sus padres adoptivos? “Hay que morir alguna vez en la vida. Con solo 16 años es un icono global contra el integrismo. Los talibanes le arrebataron su infancia a balazos. Sin miedo. Sin rencores. Esta es su historia”, así comienza Rosa Montero su entrevista a Malala en El País.

Juan Pablo II, pronto oficialmente santo y mártir él mismo en su natal Polonia, comienza ya a llamarse “el Papa de los mártires del siglo XX” –7000 en España, 200.000 en la Unión Soviética–, como el papa Dámaso lo fue en el siglo IV. Uno de mis santos y mártires favoritos, el Hermano Roger, de la comunidad protestante-ecuménica de Taizé (al sur de Francia).

Y están los ángeles, “en la tradición cristiana, espíritus celestes criados por Dios para su ministerio”. Según la tanatóloga Elisabeth Kübler-Ross, muchos pequeños que fallecen ven inmediatamente antes a sus abuelos o familiares cercanos que ya no están aquí. ¿Peco de heterodoxia si digo que mis ángeles son mis tíos? Mario Vargas Llosa escribe sobre el héroe discreto. El papa Francisco habla de esa clase media de la santidad a la que todos pertenecemos.

María Pilar Martínez Barca

(“Santos del siglo XXI”, Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día",  viernes 1 de noviembre de 2013).

Conde, cifra y signo

Conde, cifra y signo

El “arjé” en José Antonio Conde es la palabra. ¡Cómo me recuerda a Fernando Ferreró! Según apuntaba ya Rosendo Tello, entre la línea onírica que bebe de César Vallejo –los Labordeta, Ciordia, Julio Antonio Gómez, el propio Tello o Emilio Gastón–, y el realismo más comprometido de Manuel Pinillos, Luciano Gracia, Gúdel, Blancas o Luesma Castán, “Ferreró se adentra por cauces más intelectualistas y puros, al modo de un Salinas o un Guillén” (OPI-Niké. Cultura y arte independientes en una época difícil). Y a esta tercera vía se suma el autor del “signo impreciso”, en apariencia.

 ¿En qué espejos se mira el poeta inspirado? ¿Qué principio le mueve a entrelazar los números del sortilegio órfico? El lector iniciático encuentra siempre una pista: “La palabra se llena de principio”. Que a su vez nos enlaza con la cita inicial del poemario: “Todo está lleno de Ser” (Parménides). Porque Conde vuelve a loa presocráticos para buscar más allá de la “phisys” el principio y el fin de todo cuanto vive en el poema.

“Lo contrario del decir / es otro decir impalpable”. Los juegos de contrarios de Anaximandro o Heráclito cobran en nuestro autor un movimiento peculiar, del verbo creador a la mudez, alba de luz e incertidumbre, signos imprecisos que acechan a la palabra. “Nutrir la imagen de silencio, / mejor aún, / de lo que hubo antes del silencio”. ¿No oímos entre los blancos de la página el balbuceo de San Juan de la Cruz? Un nuevo eslabón de la cadena: la poética del silencio, tan bien estudiada por Aurora Egido, de José Ángel Valente a Edmond Jabés.

“Contracción del verbo. // Materia luminosa / a la espera de señales”. La visión imperceptible sostiene al Ser uno (Parménides de nuevo), más allá de la herida, el vértigo o la congoja. Desconocerse lleva a la ceniza, a la afección al claroscuro. Estamos a las puertas del logos, que inaugura otro orden espiritual y cósmico: “Y dar voluntad al órgano / que domina el consuelo / humanizar el laberinto / desde  el gozo hasta la razón”. Hay guiños indelebles a Manuel Esteban –“la mirada alberga una decepción”–, Amado Nervo –“dentro de ti cabe el universo”– o Alfredo Saldaña al pasar de largo como el humus. ¿Quién dijo que la lírica pura no lleva al compromiso? “Humillado el ombligo, / crece la realidad transitiva”. O a  la crítica social certera y acerada: “A estas alturas, / no cabe la imposición / de un pensamiento consanguíneo”.

Palabra, conocimiento, silencio, logos, compromiso, sátira social, principio y fin en el último poema, escalas “in crescendo” de un mismo movimiento. Un libro circular. Y mientras tanto, curiosas sinestesias, antítesis y dualismos, juegos de palabras, adjetivación minuciosamente colocada. “Movimiento y oído, / oscuridad y cruce”. Se siente que José Antonio Conde ha disfrutad con la génesis del libro, del número pitagórico o el agua de Tales de Mileto a un filósofo ultra postmoderno como Francisco de Jarauta –“tras la niebla, / comprobamos la luz / ha sido inútil”–; sin olvidar a Horacio. Nada en el microuniverso del poema ha respondido al azar.

María Pilar Martínez Barca

(“Poesía. Conde, cifra y signo” –comentario a El signo impreciso, de José Antonio Conde, Zaragoza, Prensas de la Universidad de Zaragoza, Colección La Gruta de las Palabras, 2013, 60 páginas–, Heraldo de Aragón, «Artes y Letras», jueves 31 de octubre de 2013).

Rafael Navarro

Rafael Navarro

Fotografía: de la exposición "A destiempo", Paraninfo de Zaragoza, 2011, de Rafael Navarro.

A Teresa de Jesús le hacía gracia el descomunal despiste de Fray Pedro de Alcántara. Tan buen mozo como confesor, más de un descalabro se llevó en los dinteles de las puertas. Y es que los creadores, salvando las distancias, somos un poco así

“Hola, Pilar. ¿Te acuerdas de mí? Estudiamos juntas. Soy Maite”. Fue en una de las presentaciones de Ángel Guinda. Su rostro comenzó a representárseme cercano. Empezamos a hablar, a conquistar de nuevo la eterna juventud… Traspapelé su email. Hasta que a los pocos días coincidimos en una exposición, la de Rafael Navarro. “Sí, yo soy su mujer”. Se me abría la puerta a un universo mágico, para siempre.

Quedamos con la pareja en el Paraninfo. “La Colección”, fotografías de los grandes autores atesoradas a lo largo de una vida, era fantástica: la escalera que lleva al otro lado del espejo, “El desnudo provenzal”, “La buena fama durmiendo” de Manuel Álvarez Bravo, “Stravinsky” de Arnold Newman, Willy Ronis, García-Alix… Pero Rafael prefirió centrarse en su obra “A destiempo”, y nos fue revelando con mimo y paciencia exquisitos cada nimio detalle, ángulo, recoveco. Uno a uno, minuciosamente.

“¿Cuál te gusta más?”. La hoja entrevista a través de una gota de cristal; la paloma manchada por unos vidrios rotos o un río macilento; el túnel de luces sin final; la espléndida fachada decimonónica superpuesta a un papel arrugado y sepia; la llamita a punto de extinguirse o encenderse para la eternidad… “Son motivos de la naturaleza o sacados de la vida cotidiana, pero desenfocados por el sueño”. Después, en Internet, he comprendido: “Para mí la fotografía es un medio que me permite crear objetos que contengan valores sutiles inteligibles para otros”.

Comenzaron a hablarnos de sus hijos, de sus viajes. Dentro de poco tomarían el Transiberiano. “Mira, esta la hice de un gato pintado en la esquina de una pared”. Comentamos sobre la diversidad funcional; de una vecina suya con problemas físicos… ¿En qué otro repliegue o rincón del tiempo habíamos convivido anteriormente?

Antes fueron “Testigos”, “Elipsis”, más de sesenta exposiciones en solitario; el desnudo y el paisaje más íntimo. Reciente académico de la Real Academia de Nobles y Bellas Artes de San Luis; museos en toda España, Italia, Francia, San Marino, Bélgica, Croacia, Cuba, México, Argentina o Japón; pionero de la fotografía artística desde los setenta. Me prendó su mirada interior, paraíso abierto para muchos.

“Estableció una correspondencia entre lo que le palpitaba dentro, lo que le estremecía, y lo que detectaba fuera. Sometió esa realidad inventada al rigor de la belleza” (Antón Castro). Premio Aragón Goya por su "rigor y la perfección técnica de un escrupuloso investigador en constante renovación artística”. Quizá los despistados solo apreciemos la gran textura humana de unas fotografías evocadoramente sugerentes.

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Día a día", viernes 25 de octubre de 2013).