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8. Espera

Foto portada Prames
A Josefina Sánchez
Me he sentado a tomar la primavera
apenas comenzada, aquí, en el cuarto
que un día, ya muy pronto, será tuyo.
Difícil resumirte, niña mía,
qué siento en este instante.
Han sido tantos meses, tanta espera
transformándome en vida el corazón,
que ahora, sin quererlo, te acaricio,
aquí, bajo la piel que nos separa.
Está ya preparada tu ropita:
jerséis, pantaloncitos, dos pijamas,
un faldón de paseo, los patucos.
Ayer compré el osito de las orejas rosa.
Llegarás a esta luna en la estación más bella,
cuando las hojas brillan por el sol que traspasa
el corazón del mundo,
y el aire es un arrullo tibio y suave.
Te has movido un poquito, entresoñando
salir hacia esta brisa de crepúsculo
que caldea la piel y la esperanza.
Y me siento, hija mía, entre dos sendas,
la que anduve sin ti y esta ribera
que nace con tu vida, con tu voz,
o esa forma tan tuya de modelar el mundo,
ahora ya, en mi vientre.
La sombra ha ido cubriendo, blandamente,
la cuna, la canasta, los peluches,
los cálidos rincones de tu cuarto.
La espera ha sido larga. En el otoño
aún no te sabía. Lentas noches,
oscura incertidumbre, y la esperanza
de dormirte, algún día, entre mis brazos,
tan bella, tan gordita, tan oliendo
a cuerpecito frágil, tan graciosa.
Hace ya primavera, y reconforta
esta íntima brisa de crepúsculo
caldeando mi piel, tu casa, el sueño.
Han sido largos meses. No es posible
recordar, uno a uno, los instantes
en los que fui queriéndote, presintiendo
este río interior que nos enlaza.
Me he sentado a tomar este rescoldo
de vida, de ternura, de presagios
fecundos y hermosísimos.
Compraba hoy un babero, y la camisa
del pícaro gusano en la manzana.
Está todo dispuesto. Bien llegada.
Hace luna creciente, y se ilumina
tu cuarto de un color suave, entrañable,
y me voy reposando, dormeciendo,
traspasando el umbral de tu venida
a la estación ya plena de las lluvias.
Bien nacida, hija mía, a esta esfera
de tierra y luz, de aurora y horizonte.
Tienes toda una vida, todo un sueño
hecho carne, y estrellas, y esperanza.
(En luna llena, XXIII Premio Nacional de Poesía “Acordes”, Zaragoza, Prames, Las tres sórores poéticas, 2020).
De la noche al Ángelus

Foto portada Imperium ediciones
I
Comienza ya a llover sobre la tierra
estéril del espíritu.
De este lado del río aún es noche,
con pájaros que cruzan los umbrales
de un interior en llama.
Y el agua va calando, lentamente,
el centro de mi sed.
Extienden su silueta los manzanos
sobre mi corazón, sobre las cosas,
sobre los hijos mismos de la luz.
He cruzado la linde
y todo se ha callado en su presencia.
¿Qué lluvia me ha empañado el corazón?
Posó leve su mano en mi cabeza
y me nacieron alas de agua tibia,
vislumbre de horizontes presentidos.
Jamás la sombra fuera tan cercana.
Ha cesado la lucha, cuerpo a cuerpo
con tanta incertidumbre, con tan hondo
pozo de oscuridades y temores.
Me ha visitado el ángel de la aurora.
XVIII
Herida la existencia en llama viva,
ya nada será igual, lo voy sintiendo
en este río undoso de las horas.
El agua fluye, lenta, en la mirada,
y el fuego va dorando el corazón.
Porque el cielo se enciende en las entrañas
y madura la tierra, las praderas,
las íntimas corolas, los frutales.
Apenas se presiente, sin embargo
sucede, tan sencillo como el agua
que va transfigurando nuestra sed.
De vuelta hacia la casa, todo es vida,
y verdes ondulando el horizonte,
llamitas que inauguran la distancia.
Te aguardan los más tuyos, con las manos
abiertas de esperanza y de preguntas,
acaso silenciosos, hondos, cálidos.
Ya nada será igual tras la visita
del ángel de la luz y la belleza,
cruzada la ribera y sus contornos.
La sombra del manzano nos bendice.
(De la noche al Ángelus, Zaragoza, Imperium Ediciones, Col. Imperatrix, 2020).
En luna llena

Foto portada Prames
12. En plena luna
I Fuego
Hacía niebla, y frío, y honda noche
ribera del Moncayo. Allí, en la plaza,
el viento iba rizando estrellas tibias
del fondo de la fuente. Se prendiera
el corazón hirsuto de unos leños
y el aire, de repente, se hizo llama,
silencio en las miradas, brisa lenta,
reposo allá en el centro de los árboles.
Algo como libélula, encendida
en la más suave cera, nos condujo
a un espacio interior, cálido, hermoso.
Lucían los altares, revestidos
de un aliento entrañable. Había apenas
asiento en los escaños.
Honda se hizo la luz, honda la sombra,
por saber del calor de la esperanza
en la noche cerrada del espíritu.
Quedamos como absortos, silenciados,
tan plenos ya de luna y de promesas
de horizonte entreabierto a lo más íntimo,
que rebrotó la vida en resplandores,
bengalas, globos, cánticos, racimos.
Era todo un ardor fluyente y puro.
II Palabra
Tomamos los asientos, las alfombras,
el suelo, los rincones… Y templamos
tersamente el silencio: proclamábase
aquella hermosa historia del Dios de los orígenes,
de abismos, mares, fuegos, tierra fértil
y arcilla esperanzada, bestias, frutos.
Separen las lumbreras noche y día,
y vio que germinaba la belleza.
Al fondo, unas guitarras que despiertan
de lo hondo del prodigio y nos preparan
las aguas interiores: Tendió su mano al mar
y fueron ya vencidas las más amargas sombras,
la luna iluminara por siempre el corazón.
Y vuelven las guitarras, los cánticos, los ramos
dispuestos ya al encuentro, al desposorio
con quien nos rescatara del olvido
al darnos vida y sueño y aliento y esperanza.
Las flores que colgamos de los muros
parecen renacer, en la alegría,
profunda, de la noche. Y escuchamos
como un anuncio ambiguo, extravagante,
hermosamente cálido: Quien ama
recibirá ternura a manos llenas,
rebosará en la paz de los felices,
será ungido en amor y vida plenos.
Sentimos ya el instante venturoso
del aura presentida, de la aurora
bendita por las lunas: Llegaron muy temprano
y ya nadie habitaba el lecho hondo del sueño;
tan sólo algunas vendas, conmovido el silencio,
y un halo ardiente y suave que horadaba
la piedra amanecida. Desde entonces
sabemos del destino celeste de los cuerpos,
de esa hermosa materia que nutre el corazón.
III Agua
Seguían las bengalas, los cánticos, los globos
dando un aire de gozo estremecido
a la fiesta, a la noche, al santuario.
Las aguas de la fuente resonaban
muy dentro de nosotros, como un río
que fuera a dar al centro, purísimo y arcano.
La luna sondeaba el interior.
Y había un fondo extraño en las figuras
que, absortas, compartían el delirio
de tanto fuego o nombre o agua fecunda.
Y así, todos conjuntos, enlazados
por una fuerza oculta y cristalina,
por una luz apenas conformada,
dímosles rienda suelta a las promesas
un día presentidas, sólo aurora:
«Fuera queden lo oscuro y lo maligno,
que fuimos concebidos a la vida
en pleno novilunio de ternura.
Creamos en el Dios de los confines
del hombre y sus planetas,
que dejó a nuestros pies alados toda
la hermosura engendrada de su aliento,
y herederos nos hizo del asombro.
Amemos a ese hermano que hoy renace
en cada corazón crucificado,
retornado a la luz, vuelto presencia,
que es más cálido el hombre que ha sufrido.
Bendito por las lunas ese espíritu
que recrea la vida palmo a palmo,
esperanza a esperanza, lumbre a lumbre».
Y arde el agua en noche primigenia.
Retornan las guitarras, los cánticos, las luces…
De pronto comprendemos: ya sepultos
a toda oscuridad la luna hiere
el lago tan profundo en que durmiéramos
en espera entrañable de esta hora.
El horizonte se abre en plena umbría.
Y el agua se conmueve en lo más íntimo,
brotando y rebrotando en las miradas.
IV Pan
Dispuesta queda ya la hermosa mesa
ceñida de guirnaldas y racimos
y verdes y semillas y frutales.
En cada asiento arde una honda llama.
Y aquí, en el centro mismo del convite,
la hogaza de pan tierno y esta copa
que nos han de saciar el corazón.
Llevamos con nosotros cuanto hubimos
dejado madurar en nuestros huertos:
tristezas y ternuras, pasión y soledad,
el agua que fecunda y el fuego que alimenta
los más puros deseos de la carne.
Perdura una presencia en cada rostro,
en cada río oculto, en cada vaso.
¿Quién vino a compartir tanta alegría
como ahora nos desborda en este instante
gozoso de la cena?
Se ha hecho un gran silencio en la caverna,
y una luna real, plena, entrañada,
comienza a despuntar tras de los valles
de la roca antiquísima del espíritu.
Jamás tan hondo amor nos consumiera.
Muy lento ya clarea en las miradas
más allá de la noche, de la brisa,
de los leños en flor y la honda fuente,
de la placita a orillas del Moncayo.
Henchido el corazón, plena la carne
de auroras presentidas, se nos dona
la vida hecha fracción, luna, horizonte.
Debemos de volver a nuestras tiendas.
Germina ya la noche en cada luz,
en la más bella aurora de todos los milenios.
(En luna llena, Zaragoza, Prames, Las tres sórores poéticas, 2020. XXIII Premio Nacional de Poesía “Acordes”, Ayuntamiento de Espiel –Córdoba–, Concejalía de Cultura, 2016).
En luna llena

Diseño de portada David Maynar
4. Tarde de domingo
A mis padres.
Hace frío del lado de la noche,
y todo se recoge en la salita
con esa sencillez que impregna la costumbre.
La madre, reposada, repasa los periódicos,
la sombra tras la sombra, las miserias
del hombre y su contorno. Todo es cálido
en esta luna mínima.
Llegado ha la calma tras un largo trasiego
de faenas domésticas: las camas,
crear sabrosos guisos, poner la lavadora,
o hacer que no se apague ese rescoldo
menudo y entrañable.
La mesa huele a pan recién cocido,
a zumo de naranja a florecillas
cogidas la otra tarde en el paseo.
Un mantelito a cuadros resguarda las vivencias
del polvo del olvido, de la noche.
Está en silencio el cuarto, ni la tele
perturba lo agradable del momento.
El padre va hojeando aquellas páginas
de un libro muy querido, calla, piensa,
recuerda una esperanza, traza un puente
sobre las aguas tibias de los hijos.
Cruzado ha oscuras sendas por llegar
a este suave recodo del crepúsculo,
fecundo todavía y luminoso.
Se escucha el traqueteo de unos trenes,
de una estación lejana y hermosísima,
y un aliento entrañable va embargando
la mente, el corazón, la luna nueva.
Perdura cada cosa ya en su encanto:
las sillas, los estantes, los libros apilados,
el reloj de cocina, el almirez.
Miguel marchó a las cuatro a la partida,
y Javi se ha quedado de este lado
calmoso de la tarde,
por repasar apuntes y deportes.
Regreso yo a la casa, con la luna
prendida al corazón,
y todo sigue hermoso y recogido,
con esa sencillez que impregna en ti lo amado.
(En luna llena, XXIII Premio Nacional de Poesía Acordes, Zaragoza, Prames, Col. Las tres sórores poéticas, 2020).
Homenaje a Juan Meléndez Valdés

De las composiciones anacreónticas y bucólicas, a las filosófica morales y más comprometidas, el poeta pasa asimismo por una etapa de referencias mitológicas y religiosas, de cierto neoclasicismo y un pequeño toque rococó, por el mimo del detalle y la belleza.
Habitó entre nosotros la belleza
A Rosa María Palacios Gil
Amplio un salón en luz, larga la mesa
a cuyas dos riberas nos sentábamos
por contemplar, intacta, la hermosura.
Por las paredes libros y murales
y objetos variopintos por doquier,
que se iban apagando, lentamente,
al tiempo que se hacía el fiat lux
al fondo, en la pantalla.
Volúmenes, colores, esa imagen
sentada en diagonal respecto al cuadro,
la sombra cincelando el corazón.
Y aquella voz tan cálida y tan leve
desmenuzando enigmas, claridades,
oscuros recovecos de belleza.
Oculto entre las telas, siempre un halo
sereno de absoluto, como un soplo
de vida en cada rostro, en cada ser.
Y siempre recreando una pregunta:
¿Por qué el Amor nació de aquella concha?
¿Dónde el juego de espejos?
¿Y ese rostro
de madre prematura y hermosísima?
Un denso claroscuro va impregnando
la escena de esperanza. Y más al fondo
velados personajes se aproximan
a otra esfera de luz.
De vez en cuando un gesto, una mirada,
un ademán gracioso de indolencia.
Y la vida seguía, allí en los pliegues
austeros de la ropa, el cuerpo noble,
o en ese valeroso sostener
la bóveda celeste.
Y el espacio
se hacía horizontal, quieto, severo,
o acaso apuntalado hacia lo azul
por arcos, contrafuertes, ojivas de leyenda.
Los nombres se me borran, no recuerdo
–hornacina, esfumatto, tenebrismo–,
sólo queda la savia, iluminando
espacios, formas, mitos
salidos de la tierra, del origen
remoto de las lunas.
Angélico, Verrocchio, Botticelli,
Rubens, Durero, Giotto,
Tintoretto, Bernini.
¿Por qué ventano oculto ha penetrado
la luz al corazón?
Sonríe la Gioconda, remansada
en una melancólica tibieza.
Un perro vela el sueño de sus amos.
Al fondo la Madonna, revestida
de sedas florentinas y joyeles,
amamanta a su Niño.
Y se nos quedan
en lumbre la mirada y el espíritu.
Volvemos, lentamente, a esta ribera
–apenas una hora–, y van quedando
a oscuras el salón, la larga mesa,
los libros y murales, la pantalla,
la sombra en honda luz de los recuerdos.
(VV. AA. (Antonio Astorgano Abajo, Coord.), “Homenaje a Juan Meléndez Valdés en el bicentenario de su muerte (1754-1817)”, en Revista de Estudios Extremeños, 2 vols., Año 2017 – Tomo LXXIII, Número Extraordinario, Centro de Estudios Extremeños, Diputación de Badajoz -- Del Verbo y la Belleza, Madrid, Setelee, 2012).
Leer juntos

IES Parque Goya, 21 de marzo de 2018, Día Internacional de la Poesía.
http://poesiaparallevar-ljp.blogspot.com.es/2018/03/antologia-poetica-de-m-pilar-martinez.html
Mujer sin edén

Foto Un cuento con luna
I
La niebla me bloquea el horizonte
en este frío invierno sin ventanas.
No me atrevo a mirar tus ojos cálidos.
Me da miedo la vida y sus contornos,
me da miedo asomarme al hondón vacío
de mi interior sin luz.
Han sido muchos años de bajar mirada,
embalsamada en telas no traslúcidas.
O amar en el secreto de la noche
sin derecho al placer.
Y callar, y aguantar, y guardar tan dentro del silencio
la sal de tantas lágrimas, que ahora se desbordan
en esta niebla densa y amarguísima.
Han sido muchos lustros
de mendigar un poco de ternura
a cambio de estupor, indiferencia, látigos;
o heridas que perduran como un falo acerado.
De arrastrarme sin pies hacia una boca
como limones agrios;
a una mano esquelética que olvidó las caricias.
Han sido muchos siglos de ignorancia,
de sepultura en vida, de luto prolongado
por lunas infinitesimales.
De interminables menstruaciones de volcanes
y sangre coagulada en las estrellas.
Úteros dilatados, pero estériles
de tanto magma interno detenido
en el umbral que lleva del dolor a la muerte.
He sido lapidada por generaciones,
mutiladas mis ansias de belleza:
cometí el gran delito de haber nacido,
de amar y de dejarme llevar por la marea
siendo mujer, sirena en carne y sueño,
en un cosmos regido por el sol, cuyas ventanas
no dan al interior de los deseos.
II
Mis hijos me olvidaron, encerrada
en estos cuatro muros de miseria,
detrás de estos barrotes como única ventana
a otra ventana oscura sin lucernas.
Tienen sus propias luchas intestinas.
Y a la noche,
cuando llamo sus nombres sin espejo,
me persiguen sus sombras.
Se han puesto en contra mía;
se avergüenzan
de mi rostro agrietado por las lágrimas.
Yo nunca cometí aquel delito
que me selló por siempre el corazón.
¿Para qué parir hijos a esta vida?
(Primer premio XXV Certamen "MujerArte" de Poesía, Delegación de Igualda del Ayuntamiento de Lucena -Córdoba- 31 de octubre de 2017).
Otoño

Me siento bien dentro de mi corteza,
con algunas hojas amarillas
y el corazón en sepia, por ese polvo de oro
que nos dejan la vida y sus crisoles.
Me voy sintiendo a gusto en cada cicatriz
que han grabado los hielos, las orugas,
las ramas desprendidas
tan prematuramente. Las ausencias.
Agradezco a la luz, sutil metamorfosis
de crepúsculos y brotes sublunares,
para calmar mi sed de plenitud.
Presiento la estación de los despojos,
de los ocres penúltimos, antes de que la lluvia
nos transfigure en tierra y humus cálido.
Pero antes
de reposar eterna en otro círculo,
han de seguir creciendo mis raíces
hacia un cielo más hondo, más auténtico.
(Ahora que calienta el Corazón. Poemas a las estaciones del año, Madrid, Editorial Verbum, octubre de 2017)
Te deseo, amor mío

Te deseo, amor mío, igual que se desea
la luz en la mañana,
el aire para el pájaro,
o el descanso en la noche.
Te deseo, indefensa, como desea el niño
la piel cálida y tersa de la madre,
la leche de su luna, una caricia.
Te deseo, mi amor, cada vez que entresueño
la seda de tus labios por mi vientre
mi mano en tu cabello,
tu cuerpo despertándome.
Te deseo tan hondo, tan adentro
que me estremezco toda en hojas frágiles,
manantial de por sueño y de por vida.
Te deseo en la noche sin ribera,
y aquí, en la madrugada,
para otro hermoso día donde amarnos.
Te deseo, amor mío, en cada luz,
más allá de la espera
y la distancia,
cuando huele ya a lluvia y cercanía.
Te deseo hasta el éxtasis.
(Amantes. 88 poetas aragoneses, Zaragoza, Olifante, 2017).
Pájaros de silencio

1
La rama se ha dormido para la luz más íntima,
en este invierno amplísimo de interiores sin luz.
Y hasta los breves pliegues de las sábanas
rememoran, callados, el sueño de un olvido
que fue vivencia cálida,o primavera
temprana de la espiga. En la ventana,
un río subterráneo que lleva a los abismos
secretos de los seres y las cosas,
duermevela perenne de los sauces desnudos.
El paisaje del alma recordará por siempre
un ocaso traslúcido de principio de lluvias.
No duele ya la muerte en la levedad del éxtasis.
11
Se ha vuelto a abrir la puerta de la antesala oscura,
la que lleva al abismo de los muérdagos
y el corazón silvestre de las enredaderas.
17
En el aire de agosto
los pájaros silbaban con un rumor de espigas,
convocando a la luz del corazón.
El huso de las nubes iba hilvanando el cielo
y peinaba el ventalle rastrojos interiores.
Violetas, rosas pálidos, arreboles, turquesas,
como un óleo pautado por una mano ingrávida
detrás de la cortina.
Y de pronto, ¿de dónde?, una aureola de luna
entronizando el campo, vuestra tierra
justo antes del Lucero.
No estabais dormidos en el crepúsculo.
(XXXV Prenio Internacional de Poesía Juan Alcaide, Valdepeñas -Ciudad Real-, 5 de septiembre de 2016).
Canción de cuna

Me he sentado a tomar la primavera
apenas comenzada, aquí, en el cuarto
que un día, ya muy pronto, será tuyo.
Difícil resumirte, niña mía,
qué siento en este instante.
Han sido tantos meses, tanta espera
transformándome en vida el corazón,
que ahora, sin quererlo, te acaricio,
aquí, bajo la piel que nos separa.
Está ya preparada tu ropita:
jerséis, pantaloncitos, dos pijamas,
un faldón de paseo, los patucos.
Ayer compré el osito de las orejas rosa.
Llegarás a esta luna en la estación más bella,
cuando las hojas brillan por el sol que traspasa
el corazón del mundo,
y el aire es un arrullo tibio y suave.
Te has movido un poquito, entresoñando
salir hacia esta brisa de crepúsculo
que caldea la piel y la esperanza.
Y me siento, hija mía, entre dos sendas,
la que anduve sin ti y esta ribera
que nace con tu vida, con tu voz,
o esa forma tan tuya de modelar el mundo,
ahora ya, en mi vientre.
La sombra ha ido cubriendo, blandamente,
la cuna, la canasta, los peluches,
los cálidos rincones de tu cuarto.
La espera ha sido larga. En el otoño
aún no te sabía. Lentas noches,
oscura incertidumbre, y la esperanza
de dormirte, algún día, entre mis brazos,
tan bella, tan gordita, tan oliendo
a cuerpecito frágil, tan graciosa.
Hace ya primavera, y reconforta
esta íntima brisa de crepúsculo
caldeando mi piel, tu casa, el sueño.
Han sido largos meses. No es posible
recordar, uno a uno, los instantes
en los que fui queriéndote, presintiendo
este río interior que nos enlaza.
Me he sentado a tomar este rescoldo
de vida, de ternura, de presagios
fecundos y hermosísimos.
Compraba hoy un babero, y la camisa
del pícaro gusano en la manzana.
Está todo dispuesto. Bien llegada.
Hace luna creciente, y se ilumina
tu cuarto de un color suave, entrañable,
y me voy reposando, dormeciendo,
traspasando el umbral de tu venida
a la estación ya plena de las lluvias.
Bien nacida, hija mía, a esta esfera
de tierra y luz, de aurora y horizonte.
Tienes toda una vida, todo un sueño
hecho carne, y estrellas, y esperanza.
(Habitando el Olvido. Cuentos y Poemas, Cuaderno Literario N.º 22, Iniesta –Cueca–, 2015. Segundo premio XXIV Certamen Literario Villa de Iniesta de Poesía).
De cine
Hacía primavera en torno nuestro.
Salíamos del cine, ¿de los Goya?,
pletóricos de luna y sensaciones
a flor de corazón.
La gente iba dejando en el armario
abrigos y crepúsculos.
El aire iluminaba las miradas.
Qué grato era sentir todo en su sitio,
los nombres, las historias, o aquellos personajes
en la frontera misma de la vida y la magia,
sencilla, de los cuentos.
¿Recuerdas?, sucedía en la Argentina,
bajo la piel más pobre del planeta
y los astros más puros.
Los padres, la otra hermana, el visitante,
o ese joven ingenuo que iniciaba
su marcha hacia un espacio hermoso, digno.
Salimos de la sala con regusto
a vida y plenitud.
Y fuimos paseando, calmamente,
a hacer unos recados:
la tienda de deportes, la de música,
y luego el hotelito aquel, tan de otra
estación, presentida sólo en sueños.
Citado nos hubimos con dos buenos poetas,
de esos seres que exhalan océano y penumbra,
y amor, y oscuridades, y promesas.
Hablamos de lo humano y lo celeste,
del alma de las cosas, de esa historia
vivida en plenitud en la pantalla.
Cada cual ocupaba su lugar,
y era grato sentirse, así, entregados
al aire de la tarde, a la existencia
aceptada en su hondura en cada esquina,
en cada pliegue mínimo y su noche.
Nos fuimos, lentamente, paseando
por calles y recodos, y placitas,
hacia El Ángel Azul.
Subía un suave aroma a desperezo,
a plácida terraza, a cielo libre,
a zumo de naranja y confidencias.
Las mesas agrupaban, una a una,
miradas y susurros, cuerpos cálidos,
silencios modulados levemente.
Te presentí cansado por momentos.
¿Qué nubes empañaban aquel claro de luna
que se nos daba pleno, rebosante,
una tarde cualquiera del mes de la esperanza?
¿Acaso fuera el curso?, ¿tanta urdimbre
incierta de futuro?, ¿o la hojarasca
que te iba ya rugando el corazón?
A veces, bien lo sabes, no responden
cuando, henchidos de luz y de ternura,
llamamos a una puerta. Te iba hablando
de aquellos sueños puros que nacieron
en un viaje reciente. Vislumbraba
como un lugar propicio a lo más íntimo,
a una espera fecunda, al despertar.
Cada cual habitamos un pequeño
universo de amor y atardeceres,
y te ibas tú venciendo por llegar
a esa luna interior que iluminaba
extrañamente el bar, las formas, los rincones.
Charlando, sin sentirlo, se hizo tarde
y tomamos un taxi de retorno
a la casa, a la noche, a los quehaceres,
al entorno real de cada hora.
Fue un ocaso feliz, hoy remansado
en un sabor a entrega y armonía
grabado a vida y fuego. Estaba plena
la luna aquella noche.
Hacía ya principios de verano,
allá, en el corazón.
(Primer Premio Nacional de Poesía “Acordes”, en su XXIII edición, Espiel --Córdoba--, 24 de abril de 2015).
Carta de ceniza enamorada
A Aurora
Pasé a tu casa, cálida, a llevarte
un crisma y un abrazo de esperanza.
Y apenas si me dejas retornar.
Había en la salita libros, música,
y la tele encendida a media voz.
En la mesa, recuerdo, un libro abierto
no leído aún, en el silencio
de aquel tiempo tan lento en soledad.
Y el retrato entrañable de los hijos
coligando de los muros, de tu centro.
Todo tan bellamente modelado
como cuando esbozabas, línea a línea,
un alma en luna nueva en cada alumno.
Comenzamos a hablar de nuestras cosas,
mientas ibas sacando turrón de chocolate
y tu yo más genuino y luminoso.
Me soñabas María, reclinada
a los pies del Señor, o introspectiva
eh un mundo de luz y sombra en esperanza;
cuando tú te sabías azarosa,
siempre envuelta en afanes y fatigas,
entregada al desvelo por los otros.
¿Sentías cómo el tiempo se te iba deslizando
de entre tus manos fértiles, abiertas,
a tu imagen y ensueño, en tanto corazón?
Estaba, de verdad, bueno el turrón,
con ese sabor tierno
a una paz degustada lentamente.
Llamaron a la puerta. Era Miguel,
que quiso compartir nuestros ensueños
nacidos al calor de lo más íntimo.
Sencillo y silenciado por esa voz profunda
que os fue sumergiendo en el deseo,
seguíamos charlando en la salita,
que tardecía ya tras los visillos,
al tiempo que se iba caldeando
espacio y corazón.
Y tú temías
se me fuera nublando la mirada
al contemplar desnuda tu tristeza,
aquel hondo desierto que te hacía
olvidar por instantes la esperanza.
¿Acaso no sabías que la luz
discurre lentamente, como el agua
que fecunda el espíritu y los troncos,
hacia aquellos que amamos? ¿No querías
para mí lo mejor del universo?
¡Cómo iba a ser de noche al lado tuyo!
Pasaron tres inviernos todavía,
más lenta la existencia, y más profunda
esa noche interior que te embargaba.
La luna, silenciosa, fue empañándose
en tu mirada gris, ternura y sacrificio.
¿Seguía en la salita aquella luz
que se iba en ti apagando hacia el crepúsculo?
¿En qué página en sombra ibas leyendo?
Te sé en largas vigilias sin frontera,
asomada a un abismo de temores
y opacas claridades.
Te siento semioscura,
luchando por abrirte a nuestra luz
con un calmo deseo de esperanza.
Silenciosa y ausente,
perdida en tu penumbra, en tu desmayo.
Iría yo alejándome
de tu interior en desarraigo y niebla.
Apenas si se abrían las palabras,
de tanto que guardaba el corazón.
La mirada se te iba anocheciendo,
cada vez más profunda y más hermosa,
madura y despojada en el silencio.
Y te ibas tú apagando hacia la luz.
No sabía expresarte,
ni dar forma concreta a aquella espera
que sentíamos triste y tan cercana.
Y me fui distanciando de tus ojos
de lluvia y corazón.
Pasarían las lunas, los meses y estaciones,
y una noche sentí que te marchabas
–algún ángel
debió de susurrármelo entre sueños–.
Y desde entonces siento tu presencia
en cada instante mínimo.
¿Has estado inspirándome al oído?
Ahora, que de nuevo
florecen las raíces y las hojas,
recuerdo con ternura de hija amada
aquella Navidad tan entrañable
que ha quedado por siempre, como estrella,
aquí dentro, del lado de la luz.
(Segundo premio II Certamen Bienal de Poesía de Carmona “Peña cultural Los tranquilotes” --Carmona (Sevilla), 21 de mayo de 2014--).
Poema Del Verbo y la Belleza

XI
Mecía a la muñeca entre las lunas
chiquitas de sus brazos.
Los cabellos
bañados en un polvo de luciérnagas.
La carita irradiaba en luz de aurora.
Nacida en la ribera, algún buen día
halló a la compañera de penumbras
envuelta en trapos sucios y entrañables.
Y el alma se le haría toda miel.
Le puso un nombre cálido: María,
sencillo como el barro,
o esa marea
de vida en lo más íntimo.
Transformó en calideces sus harapos,
en panes compartidos
la tristeza.
Y así, muy lentamente, como lluvia
caída en el otoño,
fueron las dos creciendo en corazón.
Había madurado en breves soles,
y ahora presentía en lo más hondo
la estación de las dádivas.
Curvándosele el cuerpo
en gravideces
por detener intacto el paraíso.
Llegaba ya a esa edad en que los sueños
se quedan sólo en sueños
añorados,
y el alma es un jirón de lo real.
La vida le esperaba, plena en lunas,
y oscuros recovecos,
y presagios.
Y el juego se hizo carne verdadera,
belleza compartida,
espera hermosa.
(Del Verbo y la Belleza, Madrid, Ed. Setelee, 2012).
La luz escondida (Una poética de los ángeles)

Hay una zona oscura en mi epicentro,
un agujero cóncavo que lleva al paraíso
desterrado por siempre de mi infancia.
Una herida cerrada en superficie,
pero que sigue abierta en mi más íntimo cielo,
donde callan los pájaros.
No me quiero morir para la eternidad.
Tengo sed de absoluto y de belleza.
Sin embargo, hay siempre un sin embargo,
una intuición precoz que me anuncia la sombra
más hermosa del mundo,
la estación en penumbra de los acantilados
que parecen abrirse a un vacío de estrellas
y formas y pronombres.
Fugaz vacío solo.
Porque detrás,
al fondo,
en la otra orilla
se presiente el edén de los desposeídos,
la luz inaugural de los primeros ángeles
que dejaron de serlo
para nacer de un vientre de mujer.
No me quiero morir.
(Pájaros de silencio, inédito).
Ribera de la aurora

La cueva era sencilla:
ni tan siquiera un ánfora
donde guardar el vino,
las pajas de un pesebre te servían de estera.
Un varón te velaba,
y una joven
curvada hacia su luz más íntima
te mecía con manos silenciosas.
Prendada para siempre a tu ternura,
aquellos que escucharon de mi boca
la hermosa profecía
quedaron como absortos,
tu madre sonreía allá en su centro.
Te dejé como ofrenda cuanto entonces tenía:
un pedazo de pan
y esa flor de las nieves
que en el monte creciera.
Había en el ambiente algo sagrado.
(Flor de agua).
Imagen: Iglesia de los Pastores, Belén.
La manzana o el vértigo

Sólo si tú me miras la luna cobra sueño
y se tiende, tranquila, en mi regazo.
Sólo cuando sonríes es más hermoso el aire.
Tus ojos se me posan tan adentro
que parecen dos lagos, en el útero fértil
de la tierra, entreabierta a tu pasión.
¿Quién inventó el amor?
¿La manzana o el vértigo
sagrado de la vida hacia la vida?
Repósame tu piel, lenta, en mis pechos,
y que toda tu savia se me estremezca honda
como un inmenso abrazo sin orillas.
Sólo cuando tus labios me acarician
se entreabre la flor, y te sé ya tan íntimo
como la luz y el aire que nos nutren.
Si te abrazo, poseo ya todo el horizonte,
y los límites últimos, y la esencia.
¿Quién poseyó el edén, sino quien ama
hasta el mítico centro de la tierra?
Sólo cuando mis manos se reposan
en tu rostro de almendro,
o en tu vientre,
se recrea la luna en mi interior.
Sólo cuando te amo,
y tú me amas,
se desvela el secreto de las estrellas últimas,
de los dioses lejanos, de la vida, tan nuestra.
Soy tuya, tú eres mío,
y no hay tierra, ni mares, ni montaña profunda
que no nos pertenezca.
Sólo si nos amamos, tan sin fondo,
desde la nuca al pie,
del vientre hasta los labios,
es nuestro el universo.
El corazón en vilo

La Encarnación, Ávila, 6 de julio de 2002.
Obertura
Otrora en esta celda, en este sencillo
corredor silencioso,
te confesaste, Madre, aquella aurora
al vadear la luz.
Ni vuelo de palomas, ni visiones
venidas de ultrasueño.
Sólo unas rejas pobres, y una voz recia
y al tiempo delicada.
Te dolía de vida el corazón.
E irías devanando, uno a uno,
los silencios más fértiles, las pasiones
ardientes del espíritu y la tierra.
Revestida en sayales y ese débil
resplandor indeciso de más allá del alma,
te fuiste enterneciendo
tan cálida y menuda, casi niña
en las manos sin sombra del Amado.
Que son muchos las puentes y posadas,
y luengos los caminos, de Medina a Becedas,
y la tierra cansina, y los huesos deshechos
de tanto trasmontar palomas y altozanos.
Que si aquesta licencia, o esotra dote,
y aposenticos nuevos donde fundar los sueños
piedra tras piedra, y vida, y esperanza.
Y el hálito tan tibio de un vencejo, cuidando
no desvele el sosiego de alguna hermana enferma.
Por eso, a la mañana, cuando nadie trajina
por el secreto cuévano de tras de las murallas,
el silencio se aquieta, y se te hace remanso
tu dolor más oscuro.
Las aguas y los pájaros en un instante mínimo.
Y la mirada, en lluvia, se te va entredorando
de tanta vida en torno, y tanto centro
despojado, desnudo, y tan hermoso
como el susurro calmo de esta luz
que caldea mi aliento, aquí, a los pies del banco,
enfrente de esas rejas donde un día habitaste.
Confieso que he vivido y no he amado
hasta agostar la fuente.
A veces, el camino se hace angosto
y se nos caen las alas,
la flor entreverada de cerezo
y pasión por la vida. Y es más arduo
vadear cualquier puente, toda senda
que lleva a un corazón desvencijado.
Se encienden las hogueras más antiguas,
esas que prefiguran visiones de la noche
en el espejo roto de las almas.
He ido alimentando el desaliento,
el miedo, la ceguera,
hasta verme varada en esta orilla oscura.
Y he degustado el gozo hasta las lágrimas.
Han tocado ya a paz. En este cuarto mínimo
iluminado apenas por un soplo de luz,
las dos, mano con mano, en remanso los ojos
más allá del escaño o de la silla.
Y en el centro traslúcido de la morada última
la certeza indecible de sabernos amadas.
Se está muy bien aquí. Diario de una amistad

Las diez cuarenta y dos
de un viernes, diez de junio.
Es intenso el trabajo en esta noche,
y mientras voy leyendo
un halo de silencio se despliega
en torno al corazón.
Quisiera penetrar
la sombra que me brindan estas páginas,
sentir bajo mis pies el suelo duro.
La lámpara conforma los contornos,
y en esta hora tibia
tan sólo soy feliz.
Flor de agua

Sucedió en Galilea, un hermoso crepúsculo.
Comenzaba la sombra a oscurecer las aguas
y se fueron marchando quienes, momentos antes,
te escuchaban absortos.
La luna iba surgiendo lentamente en el lago.
Me quedé yo a tu vera, como el niño que teme
apartarse un instante del regazo materno.
Asomaba el cansancio a tu semblante.
Yo fuera para ti, desde una luz antigua,
esa eterna mujer a quien siempre tendiste
la mano y la esperanza:
la niña entristecida,
la enamorada esposa,
o esa madre ya entrada en la estación del luto.
Reposé mi cabeza en tu silencio.
La luna iluminaba las adelfas.
Sabías tú muy bien de ese anhelo frustrado
de amar y ser amada,
con mi centro en penumbra
y mis deseos puros.
Tendidos en la hierba, veíamos la luna
penetrar en el lago,
como una red de ensueño que envolviera el espíritu.
De nuevo se me daba, ribera de la sombra,
la entrañable certeza de sentirme querida.
Ceñiste suavemente mi contorno
y el alma se me abrió, como un fruto granado.
La noche se impregnaba de aroma a nardos nuevos.
Historia de amor en Florencia

LISA HABLA CON LEONARDO
AL CABO DE LOS AÑOS
Con este traje oscuro,
despeinado el cabello,
y una tenue sonrisa,
posara para vos una mañana
bajo este azul profundo de Florencia.
Las rosas, el estanque, los árboles floridos.
Me fuisteis desvelando
vuestra infancia dichosa, vuestra melancolía,
vuestro anhelo insaciable en todos los saberes.
El sol iba cayendo mansamente en los setos,
se posó la tristeza en vuestros ojos.
Al fondo del jardín, entre esas dos columnas,
os recordé a la madre que un día os comprendiera.
Mientras cobraba vida mi retrato en la tabla,
creciéronnos los lazos que todavía hoy
nos mantienen unidos.
Epifanía de la luz

A mi madre.
Brillaba la mañana.
Venia la marea, con sus copas teñidas
en la espuma del viento.
Y tú permanecías silenciosa.
Tu mundo era pequeño:
la casa, los paseos por el sol del verano
y aquel rincón tan intimo
donde tenían vida las sombras de los cuentos,
donde la luz caía.
Pero algo te impulsaba
a aquella comunión con otros seres,
y te quedabas triste cuando se habían ido.
Tu madre, aquellos párpados de azucena y escarcha,
siempre estaba contigo:
compañera en la noche del desvelo
y a la sombra apacible de los días felices.
Y luego llegarían las figuras soñadas,
instantes que se pierden por linderos de niebla.
Y sentada a la orilla,
esperabas los ecos de otros mares lejanos.