La otra infancia

Foto Irene Escudero / Heraldo
“Me veo en la calle Delicias, asomada con mi madre a la galería de la cocina. Allá abajo, en el principal, los chicos de los Lorente jugaban en su terraza. Yo los envidiaba en silencio: tenían una terraza grande, eran cuatro, tres niños y una niña, y además iban al colegio. Más abajo, debajo de nuestra casa, todavía parcelas, un gallo cantaba cada mañana. (…) Las mañanas eran eternas y muy felices”.
Parece que el género literario de las memorias está en boga y he comenzado a redactar las mías. Una niña que no fue a la escuela y tuvo mucho tiempo para estar con los suyos y pensar, que conoció su propio paraíso en los Viveros municipales, donde trabajaba el tío Fermín; y también los fantasmas de la pre adolescencia y la soledad. Las colonias con otros compañeros fue algo mágico.
Poco a poco, fueron cambiando las cosas, y los niños sentaditos y con otras diversidades funcionales (intelectuales, sensoriales…) pudieron ir al cole. Son ya varios veranos en los que pequeños con cáncer, en proceso o en vías de superarlo, y sus familias disfrutan, gracias a Aspanoa, Fundación Aladina, la Asociación Española contra el Cáncer y otras ONG, disfrutan de campamentos nacionales e internacionales, o entornos bellísimos como el Pirineo, que ayudan a conllevar, paliar o mejorar la enfermedad.
Recuerdo a Natalia y a los niños de Chernobil, que venían a pasar sus oasis de verano con familias europeas. Y los de tantas guerras, campos de refugiados y catástrofes; ahora los marroquíes. Sudán, Irak, los menores que vienen cruzando el mar sin destino alguno cierto…
Lo que ya es intolerable es la hambruna, declarada abiertamente por la ONU, a la que se ha sometido a la población de Gaza, una pequeña franja de la tierra de Jesús (pocos cristianos quedan) y de las otros dos grandes religiones monoteístas. No hace falta que Médicos Sin Fronteras, la OMS, la FAO, el PMA y Unicef nos alerten. Lo vemos en la tele y hay testigos directos: pequeñas y pequeños esqueléticos, sin fuerza para masticar, deglutir ni llorar. Las cifras claman al cielo. Da igual Herodes que Pilatos, Nentayaju o Trump. Cuando se adora al Cordero de Oro, la paz de los corazones queda en la fosa común. “Vuelve a tus niños, Señor. Date prisa en socorrerlos”.
María Pilar Martínez Barca es doctora en Filología Hispánica y escritora.
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Foco", domingo 31 de agosto de 2025).