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Psicosis

Doctor Li Wenliang. Foto www.abc.com
Desde niños, hemos sobrevivido al cólera, al sarampión, a las anginas; a fiebres y catarros sin cuento. Hasta el sida y la polio parecen erradicados a gran escala. Ni la gripe aviar ni la porcina pudieron con nosotros. El ébola, de altísima mortandad en las zonas más míseras del planeta, nos caía a desmano. Como el síndrome respiratorio agudo grave (SARS), o el síndrome respiratorio de Oriente Medio (MERS). Pero ahora parece que estuviéramos en el entorno virgen de King Kong, Tiburón o en una película de Alfred Hitchcock. Absurdamente desnudos, manipulables, desprotegidos.
¿Antes el huevo o la gallina? ¿Murciélagos, camellos o animalillos microscópicos? ¿Cambio climático unido a una atmósfera viciada? ¿Falta de vitamina C? ¿Bajas defensas? De Wuhan a Madrid, hay muchas preguntas.
Y siempre se nos van los buenos, como Li Wenliang, el doctor que diagnosticó la pandemia social que se venía encima y murió en el intento de sanar a sus prójimos. Secreción nasal, tos, fatiga, fiebre… quizá el primer síntoma sea la sordera.
China, Corea del Sur, Irán, Japón, Argelia, Italia, Alemania, España… 81 países, 95.000 positivos, más de un millar de muertos en su foco de origen. Nos cuentan que es mucho más llevadero que una gripe común, que no afecta a los menores, que hay que estar muy mayor o muy tocado para que se te lleve por delante. ¿Y por qué se cierran los colegios, se cancelan congresos y todo tipo de eventos? ¿Habremos de resintonizar también nuestras antenas psicosociales para empezar a comprender?
Estamos a su alcance. Madrid, Valencia, Cataluña, País Vasco. Y lo peor, contagiar el interior, inocularnos miedos e inseguridades. ¿Se recuperará el Íbex? ¿No estaremos cavando la fosa a un empleo más digno y las ayudas sociales? Mi sobrino, como otros escolares, ha debido cancelar su visita a Italia. Han cerrado la puerta de la Meca; y ahora la de Tierra Santa –una de mis mayores ilusiones de este redondo 2020–. Y aquí al lado, en el Clínico, se ha dado un nuevo caso.
Los cuarenta días de cuaresma se han transformado en cuarentena, de quince a treinta días, según países. Y James Bond sigue de vacaciones, al cancelar su película “Sin tiempo para morir”. El científico rescatado en la misma, ¿sería Li Wenliang? ¿O algún oficial norcoreano? ¿Ficción o realidad? Puede sernos higiénico practicar yoga.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 6 de marzo de 2020).
Complementarias

Foto Jesús Alba
–Cierra la persiana, por favor.
–Hace tiempo que amaneció. ¿Y todavía quieres continuar durmiendo?
Carmen volvió su rostro a la derecha, como para ocultarse de la vista de Amanda, único movimiento que podía realizar.
–Hoy hace un día muy lindo –le insistía la trabajadora–, deberías salir a pasear.
–¿No vienes a pincharme, como todas? –rompió rabiosa Carmen.
–Yo no pongo inyecciones. Soy la psicóloga del Centro, me llamo Amanda.
¡Horror!, eso era peor. No quería curas, ni psicólogos, ni visitas. Solo dormir.
–Bueno, Carmen, mañana volveré a verte. Te dejo la ventana abierta. Enseguida vienen a levantarte –cerró la puerta, esta vez sin golpe.
¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué estaba allí? Sus padres, ya mayores; nunca la habían comprendido. Y el gilipollas de Luis… que no movía pieza. Terminaría en una residencia. Y eso no. Fue un impulso, uno de sus arrebatos irreflexivos, metió la máxima, agarró con fuerza el mando de su silla eléctrica. ¡Adelante! El tranvía logró frenar, pero el golpe fue inevitable. No recordaba nada más. Luego, aquella habitación aséptica, y la inmovilidad, mucho más dependiente que antes. No, jamás volvería a verlo, ¿para qué? ¡Estúpida!
Las primeras sesiones fueron duras, más que con ningún otro paciente. Amanda no sabía cómo trabajar con Carmen, motivarla, activar en ella esos resortes que los humanos ocultamos en los lugares más insospechados y nos hacen volver a despertar.
–Voy a relatarte un cuento. Estate atenta.
Carmen la miró con los ojos como platos, entre sorprendida e intrigada. Asintió con la cabeza y una mueca de sonrisa.
“El majestuoso volcán que se impone al sol cada mañana y a la luna cada noche me recordaba a un soldado de espaldas, cuidando aquella pequeña ciudad de curiosos habitantes. Poseía lo necesario para sobrevivir: un cantor, un poeta e historias y leyendas que se esconden por sus calles. Ahí precisamente nací, no me faltaba nada”.
–Es tu historia, ¿verdad? –Carmen iba cogiendo más confianza con Amanda.
–Niña lista. Algún día me contarás la tuya. Mañana más.
“Jugaba por las calles de un barrio sin asfaltar con mis vecinos de mi misma edad. Era precioso ver la luna pesquisar a todos aquellos chiquillos que corrían. Más de una vez había heridas en los pies, las piedras eran celosas, no les gustaba vernos tan alegres.
”Por aquellos años no sabía qué significaba la palabra emigrar, hasta que me enfrenté a la realidad: un país pobre, lleno de carencias y necesidades. Eso precisamente te hace dejar a tu familia, a tus amigos, y empiezas a madurar”.
–¿Te sentías muy sola? –preguntó Carmen. La tranquilidad volvía a asomar a su sonrisa.
–Sí, mi niña, muy sola. Y lo peor, mi mamá, mis hermanas, mi abuelita, nadie me comprendía.
Un silencio de ángel entre las dos mujeres.
–¿Y tú?
Carmen giró el torso hacia el otro lado. La rehabilitación iba muy lenta, pero le permitía pequeños movimientos, como el de levantar el antebrazo a la altura de la mesa.
–Bueno… ¿sabes?, es muy duro que te traten siempre como a un bebé; no poder ni siquiera decidir la ropa qué ponerte cada día. Sí, me he sentido muchas veces sola.
–¿Y por eso…?
Amanda conocía la historia de su amiga, su intento de suicidio. Había avanzado mucho en unos meses. Pero quedaba todavía resquemor, amargura, una gran noche adentro.
–Pues hoy tienes visita. Tú sabrás.
Los dejó a solas. Luis había madurado, y no solo en el físico. Estuvieron hablando, y riéndose, casi tres largas horas, hasta la cena. Se pusieron de acuerdo en volver a quedar.
“Siempre soñé con una casa propia, con un hermoso jardín, pero fue solo un sueño. En cambio, tenía una casa pequeña, un cuadro con dos ventanas y dos puertas, sin baldosas ni habitaciones, que compartíamos tres familias: la mía y las de mis dos hermanas. Entrabas y ahí parecía un hospital, ver las camas en hileras.
”Una noche oscura, sin fecha, recuerdo la visita del padre de mis hijas, como otras noches. Tenía una buena noticia para mí: la oportunidad de salir de pobres, de brindarnos un mejor futuro. En Estados Unidos, allí tendría un buen trabajo con un sueldo mejor.
”Pasaron los meses y los años. Bueno, la situación mejoró un poco, no faltaba comida ni leche en la mesa y se pagaban las facturas a tiempo, y la escuela. Tenía que ser mamá y papá a la vez. –Hoy no puedo depositar dinero –decía la voz tras el auricular del teléfono–. Háblales en la escuela, di que esperen un poco más… Es cuando decidí venirme a tu país”.
–Qué dura es la vida, ¿verdad, Amanda? A mí no me pasará, Luis me quiere.
–¡Vaya si te quiere el caballero! Y esa última casa que visteis es muy linda y muy hermosa, no tendrás dificultades con la silla. ¿Sabes?, quiero ser vuestra asistenta personal. Me cansa este centro para todos. Era una sorpresota que te guardaba.
–¿Y tus niñas?
–Mis niñas son ya grandes. Ellas tienen estudios, gracias al trabajo de su mama, y hasta su propia casa cada una. Van cambiando las cosas.
Y así, muy lentamente, a las dos mujeres se les fue abriendo la esperanza.
María Pilar Martínez Barca
Analíticas

Foto Efe
Dos negativos son suficientes para sabernos sanos del Covid-19. ¿Cuántos análisis van a ser necesarios para ver repuntar la sociedad?
Hablan de la recesión de 2008, y eso en un “burbuja” europeo. Se cierran guarderías, colegios y universidades; el teletrabajo vuelve a estar de moda; se vacían los súper. ¿Será casualidad la falta de papel higiénico? No creo que lleguemos a altas sanciones económicas o a la cárcel, pero por si las moscas…
Da miedo hasta ir a por recetas. Y mejor curarte en salud y quedarte en casita, no sea que el bichito ande en el aire y haya que empezar con pruebas, mascarilla… y comunicarnos con la familia por teléfono del dormitorio celda a la cocina.
Aunque con tanto tiempo en el hogar las relaciones de pareja cambian. ¿Pudiera ser que aumente la violencia? Lo cierto es que la creatividad es buena compañera: compartir el Netflix, una lectura, o esa conversación con nuestros hijos que siempre procrastinamos a un mejor momento.
Eventos deportivos de primera, Copa del Rey, los viajes del Imserso, aplazados. Las Fallas, el museo del Prado o el Congreso no se cerraban desde los años 30. ¿Cuándo Semana Santa no ha dependido exclusivamente de la luna? Ámbito Cultural o la Fnac, Ediciones B, el teatro de las Esquinas, presentaciones en varias librerías. ¿Los cines? ¿El Auditorio?
La concepción del ocio comienza ya a mutar. Más tiempo para nosotros y los nuestros, ¿Y si nos planteamos traer a casa a los abuelos? La oración también a puerta cerrada, como pidió Jesús. Una buena ocasión para la introspección y sacar el trasfondo del lado positivo.
La industria farmacéutica, los canguro, la comida encargada a domicilio, acaso ganen enteros. Pero al final la danza de la muerte, o de la vida auténtica. Y salimos mucho mejor parados que Pericles en la peste de Atenas, los mongoles en la peste negra del XIV o todos los soldados y civiles en la gripe española del 18. Y más íntegros que con el SARS, el MERS o el ébola.
Impresionan las incineraciones. Entonces ya nadie puede decidir, ni ser acompañado por sus deudos. “Estoy reconciliada con la tierra, / lo estuve con la vida, lo estaré con la luz” (Pájaros de silencio). Ya lo dijo Francisco de Quevedo: “su cuerpo dejará, no su cuidado; / serán cenizas, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”. ¡Si pudiéramos sacar su ADN!
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 13 de marzo de 2020).
Cambio de valores sobre ruedas

Foto Humanizar
De la dis-capacidad a un mundo diverso
Cambio de valores sobre ruedas
No es lo mismo minusválido, discapacitado o persona con diversidad funcional. Las palabras van creando conceptos, y viceversa. Tampoco puede equipararse la integración social de los 80 con la educación y el empleo inclusivos o la accesibilidad universal, aún no lograda en este 2020 tan soñado. Vamos cubriendo etapas, es mucha lo que queda de alcanzar.
María Pilar Martínez Barca
Una primera prehistoria
Aunque nacida “libre” –es un decir– en los 60, hasta la segunda mitad de la década siguiente no entraría de lleno en esta batalla de barreras y superaciones. Casi todos recordamos una infancia feliz, y la mía no iba a ser una excepción.
Mis padres me cuidaron y superprotegieron de forma, vista en perspectiva, quizá excesiva. Normal, cuando recién llegados a la ciudad se encontraron con el alumbramiento de su primera hija y las sucesivas limitaciones según iba creciendo. ¿Fallo médico en el parto? No estaban los tiempos para preguntarse mucho.
Me enseñaron en casa a leer y escribir. “No te levantarás de la silla hasta que no leas esta página”, me decía mamá. Siempre tuve movilidad de rodillas para arriba, hablaba como una cotorra con mi lenguaje oscuro, escribía poesías de cumpleaños de muy niña. Los libros de EGB me llegaron a través de una prima maestra. Entonces los niños diferentes no íbamos al colegio, impensable. Mi socialización comenzaría cuando nacieron mis hermanos, y sobre todo gracias a la asociación Auxilia: colonias de verano, Certificado de Estudios Primarios y Graduado Escolar.
“Yo recuerdo cuando era pequeñita, claro, estoy hablando de hace sesenta años atrás, que había niños con síndrome de Down a los que se encerraba en las casas”, me contaba la actriz Luisa Gavasa respecto a la grabación de “Campeones”. Nosotros no llegamos a eso; ni a que en nuestro certificado de minusvalía apareciese la palabra “subnormal” –inferior a normal–. Sin duda, los siete compañeros del aula colectiva descubrimos lo que era un encerado, una clase colectiva y el beso a hurtadillas de los profes. Y en las actividades del sábado tarde y en verano, a relacionarnos y explorar el mundo como todos los adolescentes de nuestra edad.
Fue cuando nuestra Constitución, todavía en mantillas, comenzó a tenernos en cuenta: “Los poderes públicos realizaran una política de previsión, tratamiento, rehabilitación e integración de los disminuidos físicos, sensoriales y psíquicos, a los que prestarán la atención especializada que requieran y los ampararán especialmente para el disfrute de los derechos que este Título otorga a todos los ciudadanos” (art. 49). Disminuido, ‘que ha perdido fuerzas o aptitudes, o las posee en grado menor a lo normal’, concepto que hoy consideramos más que obsoleto. Y, sin embargo, era la época de la integración, en la parroquia, el instituto, y algunos en la universidad.
La LISMI, Ley de Integración Social del Minusválido, del 7 de abril del 82, empezaría a valorar la prevención, las prestaciones sociales y económicas, la rehabilitación médico funcional, la educación, recuperación profesional e integración laboral. Unas primeras leyes, una primera toma de conciencia.
Maxiválidos y muy capaces
Los 80 serían los años de conquista, personal, social, educacional, lingüística. También la multifacética Gema Hassen-Bey, bailarina, actriz y presentadora de televisión, paralímpica y deportista impertérrita, pasó por el Instituto Nacional de Bachillerato a Distancia (INBAD). No sabría definir exactamente nuestra realidad: “No existe la palabra adecuada. Todas son peyorativas, no reflejan nuestra capacidad real. Pero tampoco soy demasiado exigente con las de uso generalizado. Una amiga y un novio que tuve me definían como guapapléjica y maxiválida”.
Según un estudio de la ONU, a partir de los conceptos de “normalidad” y “enfermedad”, serían definidas palabras como deficiencia –desvío de la norma a nivel orgánico–, discapacidad –desde un punto de vista de rendimiento funcional– y minusvalía –discrepancia entre la actuación del individuo y la expectativa social– (Clasificación Internacional de Deficiencias, Discapacidades y Minusvalías, ONU, 1980)[1].
El Diccionario de la lengua española de la RAE define discapacitado: “Dicho de una persona: Que padece una disminución física, sensorial o psíquica que la incapacita total o parcialmente para el trabajo o para otras tareas ordinarias de la vida”. Aspecto negativo que ya recoge el Diccionario de uso del español de María Moliner: “Su sentido es peyorativo ya que proviene del griego dys (mal, trastornado)”. Mientras que minusválido es para la misma autora: “Detrimento o disminución del valor que sufre una cosa”; etimológicamente significa “menos válido”[2]. Entre ambas expresiones, terminaría triunfando personas con discapacidad.
Décadas finales del pasado siglo en las que iríamos logrando una infancia, una formación, un ocio y un empleo más plenos. La Ley de Promoción de la Accesibilidad y Supresión de Barreras Arquitectónicas (1997); la prestación no contributiva por Hijo a Cargo discapacitado; la figura del Empleo con Apoyo (a partir de 1994); el Pacto de Toledo de 1995 y la reestructuración de todas las prestaciones; la Ley de Igualdad de Oportunidades, No Discriminación y Accesibilidad Universal (LIONDAU, 2003), marcaría sucesivos hitos en la consecución de nuestras metas.
Pero no cabe duda de que la Ley 39/2006, de 14 de diciembre, de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a las personas en situación de Dependencia marcaría un antes y un después en el nuevo milenio: “La atención a las personas en situación de dependencia y la promoción de su autonomía personal constituye uno de los principales retos de la política social de los países desarrollados”.
Todos somos diversos
La ley define los conceptos. Autonomía: la capacidad de controlar, afrontar y tomar, por propia iniciativa, decisiones personales acerca de cómo vivir de acuerdo con las normas y preferencias propias así como de desarrollar las actividades básicas de la vida diaria. Dependencia: el estado de carácter permanente en que se encuentran las personas que, por razones derivadas de la edad, la enfermedad o la discapacidad, y ligadas a la falta o a la pérdida de autonomía física, mental, intelectual o sensorial, precisan de la atención de otra u otras personas o ayudas importantes para realizar actividades básicas de la vida diaria.
Según la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad de la ONU –13 de diciembre de 2006–, los Estados Partes se comprometen a que “Las personas con discapacidad tengan acceso a una variedad de servicios de asistencia domiciliaria, residencial y otros servicios de apoyo de la comunidad, incluida la asistencia personal que sea necesaria para facilitar su existencia y su inclusión en la comunidad y para evitar su aislamiento o separación de esta” (art. 19, b). En nuestra Ley de Dependencia esta cobertura queda mucho más restringida: “La prestación económica de asistencia personal tiene como finalidad la promoción de la autonomía de las personas en situación de dependencia, en cualquiera de sus grados. Su objetivo es contribuir a la contratación de una asistencia personal, durante un número de horas, que facilite al beneficiario el acceso a la educación y al trabajo, así como una vida más autónoma en el ejercicio de las actividades básicas de la vida diaria” (art. 19).
Aquel día al escuchar la radio me cambió la vida: existía otra forma de convivir con mis capacidades diferentes y de vivir en sociedad. Se resumía en contar con asistencia personal todas las horas del día que cada uno precisase. El Movimiento de Vida Independiente había nacido en Estados Unidos en los años 80 y, tras extenderse por diferentes países de Europa y Latinoamérica, llegaba ahora a Madrid. Al modelo religioso, de ver en la discapacidad cierto castigo, y médico-rehabilitador, sucedía el social: “El tercer modelo, denominado social, es aquel que considera que las causas que originan la diversidad funcional no son ni religiosas, ni científicas, sino que son sociales”[3].
Las OVIs (Oficinas de Vida Independiente) se crearon en otras varias comunidades, por desgracia siempre para grupos minoritarios, revirtiendo en beneficios económicos para el Estado. Ya no dependías obligatoriamente de tu familia o una residencia, quitando carga y responsabilidad a la figura de la mujer. La Ley de Derechos y Garantías de las Personas con Discapacidad en Aragón (2019), como las de otras comunidades española, ha venido a implementar las disposiciones de la ONU: “as Administraciones públicas aragonesas tendrán especial sensibilidad y consideración respecto a las necesidades específicas de las mujeres y niñas con discapacidad en todas sus actuaciones, a fin de asegurar que puedan disfrutar plenamente y en igualdad de condiciones de todos sus derechos y libertades fundamentales” (art. 9, 1).
Somos personas con diversidad funcional, cada cual funcionamos de forma diversa; personas con capacidades diferentes o, como mucho, dis-capacitados: “Relativo a una persona, que presenta una disfunción, física, intelectual o sensorial, que le limita para el trabajo y otras actividades de la vida cotidiana” (cosecha propia).
SUMARIOS
“Entonces los niños diferentes no íbamos al colegio, impensable”
“La Ley de Dependencia marcaría un antes y un después”
“Somos personas con diversidad funcional, funcionamos de forma diversa”
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[1] María Lourdes Aparicio Ágreda, “Evolución de la conceptualización de la discapacidad y de las condiciones de vida proyectadas para las personas en esta situación”, Universidad Pública de Navarra).
[2] Luciano Andrés Valencia, Breve historia de las personas con discapacidad. De la opresión a la lucha por sus derechos, Editorial Académica Española, 2018.
[3] Javier Romañach Cabrero, “Bioética al otro lado del espejo: la visión de las personas con diversidad funcional y el respeto a los derechos humanos”.
(Humanizar, N.º 169 -Madrid, enero-febrero 2020).
Historia ficción

Foto Centro de Humanización de la Salud
Pericles y la Atenas del siglo V a. C. perecieron a manos de Esparta y la epidemia. Y el otro día recordaba el Evangelio de Mateo: "Si estás en la azotea de tu casa, no te demores ni vayas dentro a buscar tus cosas. / "Si te hallas en el campo, no vuelvas a buscar tu manto” (Mt. 24, 17-18).
Ocupados en el cambio climático y los nacionalismos, obviamos que la historia de los virus se repite. China quedaba en las antípodas. Comenzó a fastidiarnos cancelar los viajes a Italia. Decenas, cientos, miles. ¿Llegarán a millones? ¿Estaremos todos infectados? La ficción iría suplantando a la vida que teníamos por real.
Ya en el Decamerón (siglo XIV), Bocaccio retrata el amor y la muerte de unos jóvenes confinados fuera de Florencia; Los novios, de Alessandro Manzoni, es la crítica política ante la peste milanesa de 1630; La muerte de la máscara roja, de Edgar Allan Poe (1848), y el intento de burlarla de unos aristócratas.
“Han sido dos días difíciles, de decisiones rápidas. Viajar, quedarme sola en la oscuridad, dejar que mi marido pasara todo este tiempo gris también solo en la otra punta de Europa”, escribía en facebook Ana Alcolea. Y Manuel Cortés Blanco, escritor y epidemiólogo, con quien he compartido más de un libro de cuentos, daba fe del dolor de todo sanitario ante la baja médica.
Y es que la realidad se nos ha trastocado. Manifestación en los balcones; estudio on line y teletrabajo; sacar al perro niño; nos vemos por Skype con la familia… El tiempo se ha estirado como nunca. El refugio de La montaña mágica de Thomas Mann y la tuberculosis (1924); La peste de Albert Camus (1947),
Y el miedo, y la solidaridad; y ese deseo de sobrevivir, individual y socialmente, enraizado más allá del alma. El amor en los tiempos del cólera, del gran Gabo (1985); Ensayo sobre la ceguera, de José Saramago (1995). ¿Y los muertos? ¿Y sus familiares? “Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando” (J. R. Jiménez). ¿Y si no hay lugar para la despedida? ¿Y si por la carretera solo circulan camionetas con féretros que llevan al crematorio?
Podemos hacer mucho, como hiciera San Roque en el siglo XIV con enfermos de Peste. O San Camilo de Lelis en el XVI ante el tifus de Roma, y ahora sus ministros, creando unidades para los sintomáticos, porque faltan recursos. Se puede hacer hogar.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", martes 24 de marzo de 2020).
En luna llena

Diseño de portada David Maynar
4. Tarde de domingo
A mis padres.
Hace frío del lado de la noche,
y todo se recoge en la salita
con esa sencillez que impregna la costumbre.
La madre, reposada, repasa los periódicos,
la sombra tras la sombra, las miserias
del hombre y su contorno. Todo es cálido
en esta luna mínima.
Llegado ha la calma tras un largo trasiego
de faenas domésticas: las camas,
crear sabrosos guisos, poner la lavadora,
o hacer que no se apague ese rescoldo
menudo y entrañable.
La mesa huele a pan recién cocido,
a zumo de naranja a florecillas
cogidas la otra tarde en el paseo.
Un mantelito a cuadros resguarda las vivencias
del polvo del olvido, de la noche.
Está en silencio el cuarto, ni la tele
perturba lo agradable del momento.
El padre va hojeando aquellas páginas
de un libro muy querido, calla, piensa,
recuerda una esperanza, traza un puente
sobre las aguas tibias de los hijos.
Cruzado ha oscuras sendas por llegar
a este suave recodo del crepúsculo,
fecundo todavía y luminoso.
Se escucha el traqueteo de unos trenes,
de una estación lejana y hermosísima,
y un aliento entrañable va embargando
la mente, el corazón, la luna nueva.
Perdura cada cosa ya en su encanto:
las sillas, los estantes, los libros apilados,
el reloj de cocina, el almirez.
Miguel marchó a las cuatro a la partida,
y Javi se ha quedado de este lado
calmoso de la tarde,
por repasar apuntes y deportes.
Regreso yo a la casa, con la luna
prendida al corazón,
y todo sigue hermoso y recogido,
con esa sencillez que impregna en ti lo amado.
(En luna llena, XXIII Premio Nacional de Poesía Acordes, Zaragoza, Prames, Col. Las tres sórores poéticas, 2020).
Soledad

Foto Rafael Gobantes / Heraldo
Dolor, rabia, impotencia; no se puede hacer nada. ¡Están siendo unos días tristes! No se me permitió viajar a despedirme de mi hermana. Soledad: “Pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo” (Diccionario de la lengua española).
Los que tenemos casa, una familia, un lugar donde tele trabajar o crear somos privilegiados. Y aun así, seguimos en estado de shock, viviendo en una novela de ficción que nadie se hubiese atrevido a escribir. Bueno, hace más de un siglo… Todos hemos perdido libertad. ¿Sigue existiendo el parque? ¿Sacarán este curso nuestros hijos? ¿Cuántos desempleados, empresas rotas? “Me parece que la existencia ya no volverá a ser la que conocimos”, comentaba mi pareja.
Yo en casa, confinada con mis padres octogenarios, estoy segura; aunque no tengamos el pan de cada día que más nos gusta. Y menos mal que nos compran mis hermanos. Peor las personas mayores que se han quedado solas, entre cuatro tabiques. ¿Cuántas fotografías pasarán cada hora por sus mentes? Y con todo, mejor estar así, con un apoyo, un teléfono o una vídeo llamada.
Según el Real Decreto del estado de alarma, las personas podrán circular por la vía pública para actividades básicas, como la “Asistencia y cuidado a mayores, menores, dependientes…” (Art. 7.1.a). Sin embargo, ante la falta de seguridad sanitaria muchos diversos funcionales quedan sin asistencia.
Pero hay motivos de esperanza. Las residencias San Camilo, entre otras, son lugares de ternura y cuidado en la gran fragilidad. Y la Comunidad de Madrid cambia su protocolo para que ancianos grandes dependientes puedan ser hospitalizados y atendidos.
Morimos siempre solos. “A mi juicio, es más difícil para los ausentes, para las familias. Los pacientes sienten que reciben el cuidado de los profesionales. Hay muchas personas que sacan recursos de dentro y hacen de la soledad un acto de amor a la humanidad, a los más próximos y hacia la sociedad”, afirma José Carlos Bermejo, director del Centro de Humanización de la Salud. Y apunta técnicas como las digitales, posponer la ceremonia o recordar una vida en común. Perdonar, agradecer y expresar el cariño de otra manera.
“Esta situación nos está dando la oportunidad de vivirlo hacia dentro” (Jessica Martín). Quizá, cuando termine todo esto, seamos un poco más humanos.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El Meridiano", viernes 27 de marzo de 2020).