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Se muestran los artículos pertenecientes a Abril de 2014.

Trenzas largas

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Ilustración: Mari Carmen Remacha

Como a Pinocho le crecía la nariz, a Mita le crecían los cabellos. Y el motivo era el mismo: la mentira.

–Mami, Carlitos me ha pegado –se quejaba la niña. Su hermano tenía solo cuatro años.

–¿Seguro? ¿No le habrás dado tú? –quería saber mami–. Entonces, ¿por qué está llorando él?

En realidad, Mita le había quitado un caramelo. Se había acostumbrado a mentir igual que a llevar gafas, a la piel pecosa de su rostro o al color pelirrojo de su pelo, que crecía y crecía y crecía cada vez que decía una mentira. Era así: una niña mentirosa.

–¿No os daban hoy las notas? –preguntaba papá.

–No, todavía no. La semana que viene, ha dicho la señorita.

La verdad es que Mita había sacado un 3 en Matemáticas. Y claro, no quería enseñarlas.

Pero Mita tenía otro problema. Cada vez que decía una mentira más gorda, un poco seria, sus trenzas, que con tanto cuidado le peinaba mamá, se le ponían tiesas: una a un lado, la otra al otro. Y empezó a sentir vergüenza.

En clase, levantaba la mano solo cuando sabía la respuesta. En casa, intentaba no engañar a los mayores –aunque algún gazapo siempre se le escapaba–, ni quitarle las chuches a Carlitos. Lo peor, o mejor, estaba por llegar.

Un día, en el recreo, Adrián le cogió la mano y, sin querer, le dio un besito.

–¿Me quieres? –le preguntó su compañero Adrián.

Mita se quedó como muda. Negó con la cabeza. ¡Horror! Las pecas de su rostro se volvieron como moscas negras, en su piel enrojecida. Bajó los ojos al suelo avergonzada. Y las coletas… parecían volar de su cabeza. ¡Qué fea! Se tapó la cara y se echó a llorar.

–¿No me quieres? ¿No? ¿No? –insistía el niño.

Su compañera, Mita, le miró de reojo, le sonrió y, como sin querer, le devolvió su beso.

–¡Sí, te quiero! –soltó al fin la pequeña.

Y desde entonces, sus trenzas ya no estaban tiesas. Su bonito cabello pelirrojo, que empezó a soltarse por la espalda, crecía lo justito, pero no exagerado, como antes. Se sentía querida, ya no tenía que mentir.

María Pilar Martínez Barca

(Cuentos para compartir, Zaragoza, edición de los autores –en beneficio de ASPANOA–, 1.ª edición, diciembre 2013).

 

03/04/2014 03:18 pilmarbarca Enlace permanente. Cuentos No hay comentarios. Comentar.

Un cielo bajo el brazo

A Estrella Gil, en su maternidad.

Nací con parálisis cerebral. Pero desde mi silla y mi lenguaje oscuro he podido viajar, entablar relaciones, doctorarme en Filología Hispánica, publicar varios libros, hacerme periodista, enamorarme. Siempre me pregunté: ¿Qué color tiene el alba cuando se pare a un hijo?

***

–Mamá, cuando nacen los niños, ¿dónde estaban?

–Aquí, en la tripita. ¿No lo sabes?

–No, quiero decir las almas. ¿De dónde viene el alma de los niños?

Mi madre me miró y guardó silencio. Demasiadas preguntas. Mucho tiempo para pensar tan alto, tan pequeña, mientras las otras niñas saltaban a la comba, jugaban a pillarse…

Los días de la infancia fueron llenos de luz; y de mar al abrigo de mi madre; y de largo pasillo interminable de unos primeros pasos inseguros; de papilla y comidas por la túrmix; de cartilla. No te levantarás de ese sillón si no lees la página. Y las noches, noches de fantasías y pequeños insomnios. De dejarle lo mejor de la cama a mi hijita Maribel, la muñeca querida. Pero a la vez de sueños y preguntas, de indagar a los astros de qué cielo lejano vendría mi hermanito a la tripa de mamá.

Escuché, a hurtadillas, que a mi madre esta vez le hicieron la cesárea. Y fui  aprendiendo a callar, yo también, a partir de esa noche de la sábana con las manchitas rojas. El tiempo comenzó a pasar más rápido, y el cuarto de los juegos y la lectura a hacerse más estrecho. Y hasta la luz se volvió distraída, o me costaba más acariciarla.

Llevaba ya unos años estudiando en mi casa, pero la Universidad me deslumbró. Cristina se ofreció a trasladarme de aula, y Ana a pasarme apuntes, y también Nacho, aunque los primeros días me lo grababa todo en la cabeza. Sucedió muy despacio, al ritmo de las clases, los exámenes, aquel viaje hasta Viena. Nos bastó una mirada, y todo cambió.

No recuerdo muy bien quién se lanzó. ¿O quizá nos dejamos arrastrar? Vale, pero de amigos. El cine, una excursión, un comentario de texto. Tenía casi pánico a los chicos. Podemos intentarlo, repetía, no seremos los únicos.

El paraíso existe. Conocer poco a poco a la persona amada es descorrer cortinas que velaban la luz. “Te deseo, indefensa, como desea el niño / la piel cálida y tersa de la madre, / la leche de su luna, una caricia”. Cuando el cielo ha llegado a estremecernos, no es posible el retorno. Y una vez más nos sorprendió la vida.

¿Qué harán con este niño?, le preguntó a mi madre la enfermera, que debía pensarse que yo era muda y tonta. Serían las semanas más oscuras. ¿Y si venía enfermo? Pero ya le quería, con la inmensa ternura incomprensible que sentía por Nacho; con la entrega sin límites que ahora más que nunca descubría en los míos. ¿Y si no era capaz? ¿Y si abortaba?

Cada noche, la horrible pesadilla de terminar con todo: Me echaba yo a la orilla, dejándole el rincón a Maribel, por que no se cayera. Nos íbamos durmiendo. Y al pronto un llanto que desgarraba el alma. Allí estaba mi niña, inmóvil, pálida como nunca de cera o de ceniza. En la sábana unas gotas, un reguero, un borbotón de sangre. Me volvía a cogerla y se me despedazaba, y yo gritaba y gritaba… Pero hija, ¿otra vez? Mi madre junto a mí, como de chiquitina: Esto no puede ser, habrá que echarle arrestos.

Nunca ha estado de moda, confesarse; pero a veces es bueno desnudarse ante otro, vaciar la papelera, soltar lastre. Me quedé como nueva y tomé la decisión.

Las alas siempre crecen de dentro para fuera. Mi pancita pesaba cada vez más, me costaba moverme de rodillas. Dejé por unos meses el periódico y me dediqué a leer, a pasear, a contemplar la espera. Y a prepararlo todo: un cochecito que pudiera empalmárseme a la silla, la cunita más baja, un biberón con mango…

–Mira, ¿a quién se parece? Tiene tus mismos ojos.

–No, mamá, es el reflejo del cielo, que aún recuerda.

¿Dónde lo había visto? Ah, sí: cuando el abuelo… Seguro que bendice a su biznieto, y nos bendice.

Ahora, mientras duerme, vuelve el sol a posarse en los peluches.

María Pilar Martínez Barca

(Historias de la vida. De amor, ilusión, humor, nostalgia. Y siempre verdaderas, Madrid, J de J Editores, 2009. Del programa radiofónico “Historias de la vida”, Cadena COPE, a beneficio de Manos Unidas).

03/04/2014 03:28 pilmarbarca Enlace permanente. Cuentos No hay comentarios. Comentar.

Pobres o ricos

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Foto: Luisa Roco.

 

“Hombre rico, hombre pobre”, así se titulaba una exitosa serie de televisión, estrenada en Estados Unidos en 1976 y traída a nuestra caja tonta, ya en colorines, pocos años más tarde. Me la recordaba el otro día la representación de un clásico de Miguel Mihura, “Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario”, estrenado en el Teatro María Guerrero de Madrid el 17 de diciembre de 1943.

Abelardo, un opulento millonario, está dispuesto a perder su fortuna por amor a Margarita, una joven de clase media. Convertido en mendigo, esta lo rechaza de nuevo por demasiado pobre. Emprendedor como es, organiza a los mendigos en la Pobre Trust Company y finalmente recupera sus millones, para terminar renunciando a todo en aras de la libertad”.

¿Historias de la abuela Cebolleta? La obra era representada por la Compañía de teatro Montearagón, bajo la dirección de José Enrique López, en beneficio de ARAPRODE (Asociación Prodesarrollo Psicomotor del Niño). Doce profesionales como la copa de un pino que trabajan altruistamente. ¿Por amor al arte?

Los niños de ARAPRODE son niños con capacidades especiales, de diversidades funcionales muy distintas. En los diez años que llevan caminando, casi desde que nuestros caminos se cruzaron por esas causalidades nunca fortuitas de la vida, la Asociación ha venido desarrollando una labor inmensa. Desde el simple encuentro o la reinserción en el entorno –las familias con hijos diferentes pueden verse aisladas del círculo de amigos–, pasando por terapias específicas –hidro e hipterapia, logopedia…–, a las salidas de los fines de semana, el campamento de verano en la montaña o el apoyo entre los padres.

Ah, y la concienciación en los colegios, esencial cara a una educación realmente inclusiva. “No os imaginaríais de lo que son capaces. Están acostumbrados a las dificultades y tienen una voluntad y unas ganas de vivir impresionantes”, afirma Luisa, maestra de ceremonias y madre de Javier, un adolescente super inteligente e inquieto a quien recuerdo tan apenas un bebé.

¿Una Compañía de teatro que actúa gratis donde se le necesita? Alucinas a cuadros. Como ante tantos voluntarios, en estos tiempos, que regalan su ocio a cambio de ser felices con estos jóvenes, que tanto tienen que enseñarnos. Y vuelvo a mis años casi niños, cuando empecé a salir con otros voluntarios y jóvenes diversos. Y compruebo que una buena obra literaria, como la cualidad humana, son atemporales. ¿Pobres niños? ¿O niños que enriquecen?

María Pilar Martínez Barca

 

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", lunes 14 de abril de 2014).

17/04/2014 00:33 pilmarbarca Enlace permanente. Articulos No hay comentarios. Comentar.

No perder las raíces

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El Domingo de Ramos se siguen llenando las iglesias. Aunque algunas madres se pasen la misa comentando problemas de sus hijos, o lo ricos que crecen; y más de un padre ponga cara de “esto no va conmigo”. ¿Por lucir ese día las mejores galas? ¿Por comprar a los peques chuchees para la palma? ¿Por seguir a Cristo en su borrico? Por lo que sea, la tradición continúa arraigada y vigente.

Pese a quien pese, y a las merecidas vacaciones que todos ansiamos estos días de fiesta, las calles de Andalucía y Castilla, Valencia o Aragón, se nos llenan de imágenes del Jesús ajusticiado, flagelado, moribundo, yacente; y de su Madre Dolorosa, con lágrimas de cera, escayola o madera, que le embellecen más un rostro prematuramente envejecido. Y se apelotonan los fieles y devotos, visitantes, turistas y algún que otro niño despistado que pregunta qué quiere decir Credo –nunca lo había oído–.

La noche y la tronada retumban en los tambores muy dentro de nosotros, en cada cual con ecos diferentes, tantos como colores llevan los capirotes y los hábitos. Cuando era pequeña, había una curiela o curandera –se le llamaba así– que en estos días santos quedaba como muerta, sin comer ni beber ni respirar casi. Y antes, en ambientes rurales como el de mis padres y mis abuelos, se celebraban las tinieblas: cánticos en latín, apagadas lámparas  y velas, y un tronar tremebundo de zapatos en el suelo del coro de la iglesia. Años preconciliares de fe y temor de carbonero, hambre y oscuridad.

La de mi generación fue una espiritualidad bien diferente: de pascuas juveniles compartidas en mitad de algún monte o en una ermita aislada, de alegría sincera, de vivir a flor de piel el Fuego, el Agua, la Palabra y el Pan –las partes fundamentales de la Vigilia Pascual–. Años de transición personal y social, en los que las tildes se ponían en sílabas de vida, y no de muerte.

¿Con qué forma preferimos quedarnos? Algo tan personal como el color mismo de los ojos, o la propia fe. El Papa Francisco recomendaba el examen de conciencia; o quitar importancia a los ritos alimenticios cuaresmales y hacer más hincapié en acortar los puentes con el prójimo. Se puede en una iglesia, o recitando el Rosario; pero también, como Antonio Machado, cantando al Jesús humano que sigue andando en el mar.

Santa Teresa hablaba de compartir la cruz y la alegría con el Esposo. Personalmente, me quedo con los capirotes verdes, con la losa corrida, con la blancura del Encuentro. Con la Resurrección.

María Pilar Martínez Barca

 

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", viernes 18 de abril de 2014).

21/04/2014 20:17 pilmarbarca Enlace permanente. Articulos No hay comentarios. Comentar.

Santidad y humanidad

 

 

Tenemos cierto dicho popular que termina en esta frase en latín macarrónico: “… liberanus Domine”. No quiero citarlo íntegro, porque no estoy de acuerdo. Los santos antes fueron personas, con sus errores y virtudes, como tú y como yo.

Cuando aún era muy niña, recuerdo estampas y postales, platos de pared y ceniceros, con la efigie de Juan XXIII. Tuvieron que pasar algunas décadas para saber que había sido el Papa que cambió el rumbo de la barca de Pedro y sus apóstoles, es decir, cada uno de nosotros, cuando una turbulenta tempestad continuaba agitando, como siempre, las aguas de este mundo.

De la Misa de espaldas y en Latín, a la Eucaristía para todos: niños, jóvenes, matrimonios… En la parroquia había algún cura obrero. El nuestro era el Jesús humano, como el de Santa Teresa. La Iglesia, ese espacio íntimo y solidario donde crecer y descubrir: “La doctrina de Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al hombre completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecedera” (Mater et Magistra).

Y fue precisamente mientras iba creciendo en esa Iglesia, cuando me encontré personalmente con Juan Pablo II, aquí en la Romareda; y años después en Roma, en un sitio reservado, dentro de la Audiencia General, para ciudadanos de la tierra y del cielo sentaditos. El Papa montañero y deportista, que venía del Este, a punto de morir en una Guerra absurda, como todas, y de ser masacrado por su fe.

Nada es por casualidad. Ni su preocupación social ni su pasión ecuménica y viajera; su espíritu juvenil, su empatía con la cruz hasta el extremo ni su alegría. “Tanto en Oriente como en Occidente es posible distinguir un camino que, a lo largo de los siglos, ha llevado a la humanidad a encontrarse progresivamente con la verdad y a confrontarse con ella. Es un camino que se ha desarrollado — no podía ser de otro modo — dentro del horizonte de la autoconciencia personal” (Fides et Ratio).

Y tampoco es casual que sea el papa Francisco, uno de los mayores artífices de cambio en esta era de nueva transición –el tiempo lo demostrará–, el encargado de beatificar a Angelo Roncalli y Karol Wojtyla. Dios conoce la última razón.

 

María Pilar Martínez Barca

(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", lunes 28 de abril de 2014).

28/04/2014 18:52 pilmarbarca Enlace permanente. Articulos No hay comentarios. Comentar.


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