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Helados

Foto Jesús Alba
Cuando éramos pequeños solo había helados en verano. Porque en invierno rondaban las anginas, y teníamos que estarnos junto a la estufa, con el televisor en blanco y negro y muy poquito más. Por eso, el que mamá comprase para mi comunión helado de corte, con su galleta a ambos lados –aunque a mí me lo echasen en un platito–, fue ya toda una fiesta.
Era además el tiempo de los barquillos y los cucuruchos, también de obleas en la plaza del Pilar. Polo nunca tomé, se calaban los dientes y era más incómodo. Y pocos Flash, que debían sostenerme el plastiquito y era una lata; aunque a mis amigas en el pueblo y a mis hermanos, ya por los 70, les encantasen.
Y con todo, los polos ponían la nota de color. Porque el helado helado, de nata y de vainilla; de fresa y chocolate, menos veces. Y así seguían siendo aquellos cucuruchos que me compraban los tíos en la playa, pese a que habían tenido que pagar el viaje y el hotel. ¡Qué recuerdos!
Después, las tarrinas de plástico vendrían a salvarme, en las colonias –aún no había problemas con los residuos–. Aunque para helados, esos de tres sabores de la Piazza Navona, en Roma. ¡Cómo se derretían en pleno junio! «Un niño en su carrito, una señora, / un viejo pensativo, paseando / en torno a sus recuerdos. / Tomamos el helado, y me trajiste / un poco de agua clara entre tus manos / para lavar las mías».
Mis sobrinos mayores, el uno prefiere el almendrado; el otro, el Calippo. Y los más pequeñines están todavía en la edad del muñequito que lo contiene. La tía sigue prefiriendo el recipiente, con una o dos bolitas, yendo hacia el parque Labordeta o en el bar de la entrada, mejor si es compartido.
Las cosas han cambiado, ¡vaya que sí! Me contaban que en la heladería Napoli de Madrid sirven combinaciones de queso Philadelphia con piña, mascarpone con higos, maracuyá con coco, frambuesa con vinagre de Módena… Nada que envidiar la tarrina de mango con tomate rosa que nos tomamos el otro día en Huesca, plaza San Antonio. ¿El arte puede ser? ¡Y pensar que en el súper siempre los Magnum mini! A nuestra edad, las calorías, el azúcar…
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 3 de agosto de 2018).
Sin móvil

Foto www.forocoches.com
En algunos campamentos de verano ya se practica. Y no sé si Macron y Pedro Sánchez tratarían del tema, pero me parece una buena medida que en institutos de enseñanza secundaria no se permita el móvil en horario de clase. Por diversos motivos.
Haciendo limpieza, poco antes de los caloríferos rigores que parecen de momento amainar, me encontraba con el primer dispositivo de telefonía inalámbrica que cayó en mis manos. Sería frontera de los dos milenios. Un Motorola Amena, con las teclas de encendido-apagado, ok, volumen y flechitas a izquierda y derecha para buscar los números guardados. Lo demás, bajo una tapita que yo no podía manejar.
Una antigualla, sí. Aunque de hace dos días. No hace tanto celebrábamos muestro 25 aniversario de licenciatura. Ni búsquedas por Google, ni portátiles ni nada parecido. Servidora y su máquina eléctrica y su memoria de pobre paquidermo y tan campante. ¡Bendito aquel Mackintosh que me ayudó con la tesina!, pese a aquellos disquetes que había que meter y que sacar y cuya capacidad hoy parece irrisoria.
Y si retrocedemos unas décadas más, muchos de nuestros padres, de seguro, festejaron por carta. En bastantes pueblos castellanos, no entraría el cableado telefónico –y si me apuran el agua en las casas– hasta bien entrados los 70. Que catalanes y vascos siempre fueron por delante. Y en época de guerra, y de antepasados aún recientes, ¿cuántos meses tardaba una misiva en llegar a su destino?
Una comida o reunión sin whatsapp es impensable. Ver el fútbol sin consultar el móvil no es lo mismo. ¿Quién resiste más de 20 minutos? Te quedas relegado si no envías o recibes un mínimo número de mensajes.
La inmediatez nos manda, mucho más que una imagen. Madurar aprisa, el sexo urgente, tener respuesta con un simple clic.
Acumulamos mucho sin procesar apenas; a los jóvenes les urge; los pequeños se las saben todas. A cambio, perdimos la cultura del esfuerzo, de la paciencia que acrisola, del saber discernir si mejor mis propias zapatillas o las de marca. Para amigos, los dedos de una mano; no los miles de Facebook.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 10 de agosto de 2018).
Discapafobia

Foto Clinica Psicovital M&M Almería
La polémica y la recogida de firmas están servidas desde junio. Por un lado, la enseñanza inclusiva: “Estoy a favor de que exista la mejor atención para los alumnos con discapacidad en todos los colegios públicos, concertados y privados”. De otro, la educación especializada para alumnos con capacidades diferentes: “… si usted tiene un problema cardíaco leve, le seguirá su médico de familia. Pero si lo que tiene es una cardiopatía compleja, usted querrá ser llevado en una unidad «superespecializada» en cardiopatías”.
Y pienso en Javier y Eduardo, en Clara y su melliza Claudia, nacidos con parálisis cerebral. Colegio e instituto normalizado y el CCE Ángel Rivière, según el caso. Cris Aberasturi precisará siempre atención personalizada; Rafa Calderón, con síndrome de Down, es uno más entre sus compañeros. La propuesta de ley de Podemos allanaba barrancos: “Se establece como criterio general que todo el alumnado sea escolarizado en centros ordinarios de su elección, estableciéndose una sola modalidad de escolarización”. ¿Cómo será el colegio de los hijos de Irene y Pablo?
¿Centros especiales sí o no? La realidad supera a cualquier ley, si esta se lo permite. La sonrisa de una persona con diversidad intelectual vale un mundo. Pero llevamos años sin casi ver a niños con alteración del cromosoma 21 (ley de plazos, malformación del feto…). ¿Se oculta un lado del espejo?
Como la PLO de regulación de la eutanasia, presentada por el grupo que nos gobierna. Podrá solicitarla quien sufra una enfermedad grave e incurable o padezca una discapacidad grave crónica: “situación en la que se produce en la persona afectada una invalidez de manera generalizada de valerse por sí mismo, sin que existan posibilidades fundadas de curación, y sí seguridad o gran probabilidad de que tal incapacidad vaya a persistir durante el resto de la existencia”. Aquí se roza lo insufrible.
Fobia a la discapacidad, la limitación, el proceso natural de envejecer… ¿Seguir con Piter Pan y Pocoyó? “La verdad os hará libres”. Ocultarla genera frustración. Más vida, hoy que cumplo velas.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 17 de agosto de 2018).
Velamazán

Foto Miguel Ángel Martínez Barca
Puede provenir de “Al-mahsan”, fortaleza. O de “Bala” y “Muza”, fortaleza de Muza. Del Laberinto de la Fortuna de Mena a los Anales de Aragón de Zurita, se escribe de diferentes formas, con V o B (José de Miguel Martínez, Velamazán. Villa de señorío, condado y marquesado).
La ermita de la Dehesa, la iglesia de la Santa Cruz, construida en el siglo XVII por salvarse el pueblo de la peste, y la otra románica de San Sebastián –después el camposanto viejo–; el palacio de los marqueses González de Castejón, hoy casa rural, con su escudo de armas y su reloj de sol en la fachada, son parte de mi educación sentimental.
Cuna de Miguel Moreno, etnólogo y cronista oficial de Soria, y de Antonio Rodrigo Antón, beato franciscano. Recibiría las visitas como médico rural de D. Enrique Moliner Sanz, padre de María Moliner, durante su estancia en Almazán en 1902 –23 km. de distancia, seguramente en mula–.
Hinchables para niños, gaiteros antes de la misa del día de la Virgen o de San Roque, cena en común… El intento de echar el vino de la tradición en odres nuevos ha ido formando la asociación cultural. Este agosto organizaba su II Jornada de Convivencia, junto a Fuentetovar y Rebollo, y el I Certamen Nacional de Relato Breve “Villa de Velamazán”. “Cuando se estancaran allí las nieves del invierno y no estuvieran el Eustaquio y él para quitarlas, todo se vendría abajo. (…) En ese momento de inmensa tristeza creyó oír la algarabía de niños corriendo alegres por las calles” (Armando Ruiz Chocarro, “El ahorcado”, Primer Premio).
Presentaciones de libros, música regional con “Sepios Folk” –flauta, acordeón, zanfoña–, poemas en las calles a lo parque Labordeta. “Y un día, ya crepúsculo en el orbe, / reposaré en la calma de esta tierra” (Pájaros de silencio). No todo son expoliaciones en los pequeños pueblos olvidados: “En la memoria siempre quedarán los temblores, los alaridos y el ruido de las explosiones, pero no quedaron muertos” (Marina Moro López, “La muñeca de tela”, Accésit).
“Y entonces todo volvió a empezar” (Jaume García Vilá, El fin del principio).
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 24 de agosto de 2018).
Martes, trece, agosto

Foto http://andoni-sinbarreras.blogspot.com
“En trece y martes, ni te cases ni te embarques”. Tampoco en agosto salgas mucho a la calle si piensas que todo va a ir sobre ruedas. Desde febrero y marzo no coinciden en nuestro calendario, y no volverá a darse hasta noviembre. Pero lo mismo da.
La mala fama de los martes y los treces juntos responde a confluencias antropo simbólicas. “El trece es un número al que se le otorga mala suerte desde la antigüedad”: trece, los comensales en la Última Cena; en la Cábala judía, trece espíritus malignos; en el Apocalipsis, el anticristo aparece en el capítulo 13; en el Tarot es el número de la muerte. Martes es el día de la semana dedicado a Marte, dios romano de la guerra y la sangre; y nombre del planeta rojo. Lo de agosto es simple experiencia personal,
El octavo de los meses es sin duda el más plácido en Zaragoza. Nadie en las calles, sin apenas ruido, un aire cálido y sereno. Aunque no exento de aventuras. Me pasó como al camello de Melchor –él allá por diciembre–: “El camello se pinchó / con un cardo en el camino / y el mecánico Melchor / le dio vino” (Gloria Fuertes).
Se me pinchó una rueda de mi silla electrónica –que eléctrica es otra cosa– y no podía caminar. ¿Casualmente?, mi ortopedia habitual cerraba final de mes, y comencé una campaña de búsquedas en Google, correos-e, llamadas telefónicas y alguna visita.
–Podemos mirarla, deja la silla uno o dos días. –¿Y cómo vuelvo a casa? La miraron de urgencia, pero ¡malhaya!, no había cámara específica para el modelo en cuestión. –¿Y si pruebas con un espray de los que usamos en los coches? –nos comentó el taxista. Nos dieron otra referencia: –Aquí solo atendemos a clientes. Bajamos a la ortopedia más cerca de casa. –Tiene que traernos el diámetro de la cámara, de la cubierta y los números que pone en la rueda. –¿Cuándo estará? –Hasta mita de septiembre no viene el técnico.
Al final, un pequeño establecimiento de los de no mucha publicidad. –Sí, la tenemos. ¡Albricias! Y la llevó mi hermano, que había vuelto de vacaciones. Todo queda en familia. En agosto, con los pies en la tierra.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "Con DNI", viernes 31 de agosto de 2018).