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Calores pasados
Se ha hecho de rogar. Calefacción en junio, cazadoras, chaquetas. Se casaba mi hermano y no sabíamos qué ponernos: si de largo o de corto, tirantes o chubasquero. Pero se comportó.
Y ahí está, cuatro días y no podemos más. Y oímos dar la una y la dos, y las tres y las cuatro y las cinco y las seis, y el sudor y las sábanas se nos pegan a la piel sin pegar ojo. ¡Qué asfixia, por favor! ¿Cuándo hará un poco de fresquito? Ya se sabe, quien soporta Zaragoza es capaz de vivir en el ártico o en la zona más tórrida del planeta.
Y la temperatura sube por momentos, igual que la emoción. ¿En qué rincón del alma nacen los pensamientos? ¿Y la emoción? Aquí, en el estómago, como un nudo gordiano que va y va creciendo y puede estrangularnos la garganta si ponemos diques a las lágrimas, o fronteras al mar.
Amigo Sancho, ¡cómo hemos olvidado lo saludable del eructo! Al emperador romano Claudio le recomendaban sus doctores echar ventosidades. “El hipo ayuda al niño a vivir, y al viejo a morir”, repetía sabiamente mi tío mucho antes de vaciar la cuchara –¡qué bella y castellana expresión de fenecer!–.
Al menos, sí se nos permite bostezar y estirarnos en la práctica del yoga, curiosamente tan en boga. “Céntrate en chidakasha, la pantalla frontal, ese puntito oscuro. No pienses, no desees”. Nunca me han gustado los encefalogramas planos. El amor y la muerte son parte de la vida.
Ese amor con mayúsculas, que rompe la estadística de divorcios. Y pese a ser verano la gente continúa muriendo, como Pilar Narvión; o enfermando, igual que mi vecino. Y la temperatura asciende cuando en los cementerios –‘dormitorio de difuntos’ en latín– se levantan monumentos a voluntarios anónimos.
“Porque hay rendijas. / Por ellas se cuelan risas, suenan canciones, / latidos de corazones como tambores, / abrazos a pleno día…”. Cerrábamos así nuestra noche de boda con Karlos Zuazo, un cantautor amigo. Variado y refrescante cóctel veraniego.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", lunes 15 de julio de 2013).
Aire fresco

Qué gozada observar a unos cientos de miles de peregrinos jóvenes siguiendo a Francisco y con él a Jesús. Me recordaba un poco mi propia juventud en la parroquia, cuando encontré a un Cristo cercano y compañero de mochila y de ruedas.
En los años 80 estábamos en plena transición política y de sueños, como tan bien refleja Miguel Mena en Todas las miradas del mundo. Un camino de ida en el que la liturgia se entremezclaba a veces, en los grupos de base, con el Himno a la Alegría de Miguel Ríos y el Canto a la Libertad de Labordeta. No acuciaba la crisis, y entre bromas y rigor teológico de después del Concilio Vaticano II, se fueron clausurando infierno, purgatorio y confesonarios de madera, sin que el perdón dejara de ser una gran fiesta, comunitaria e íntima.
Una noche asfixiante de más de treinta grados. Allí en Brasil era pleno invierno. ¿Asistiría Alicia Silvestre al Via Crucis? La conocí hace poco, excelente escritora y acuarelista que reside en Brasilia, y que nos cedería un precioso texto para nuestros Cuentos desde la diversidad. Me impresionaron, su relato y la puesta en escena del camino en ascenso hacia la Cruz, Copacabana al fondo. En la estación novena, cuando Jesús cae por tercera vez, varias personas en sus sillas de ruedas. “Señor, no nos permitas que nos quedemos en los límites del cuerpo. La vida es algo más”. En la número doce, cuando muere el Señor, una silla vacía. Y un balcón que se abre a una luz cegadora.
¿Volver a los orígenes? Cuando mi adolescencia la situación llevaba a retornar de nuevo a la utopía, al paraíso, al contexto seguramente idealizado de la Transfiguración –Pedro, Santiago, Juan–. La Universidad y mis lecturas de Teresa de Ávila me fueron conduciendo a una cultura renacentista, humana. “La palabra humanizar, derivada a su vez de la clásica humanar, alude tanto a la encarnación del Verbo Divino (Dios hecho hombre) como a una mayor cercanía, afabilidad y ternura para con nuestros semejantes” (lo escribí para el Centro de Humanización de la Salud).
“¡Salid al mundo! No os encerréis en vuestro grupo parroquial”. No hay tanta diferencia en ser adolescente, joven o un poco más maduro. Mi madre y sus amigas gozaban visitando la ermita de la Virgen de la Dehesa, en el pueblo, cada mayo. Las circunstancias marcan también ritos. Pero, en el fondo, el mensaje y la sed tienen la misma fuente: hablar al corazón. “Es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo” (Lumen fidei, primera encíclica del papa Francisco).
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", jueves 1 de agosto de 2013).
Veranos de cine

Me cogió fuerte aquel verano la lectura de La luz dormida, de Dulce Chacón –preferí no ver la película–. “La mujer que iba a morir se llamaba Hortensia. Tenía los ojos oscuros y no hablaba nunca en voz alta. Solo cuando la risa le llenaba la boca, se le escapaba un Ay madre mía de mi vida que aún no había aprendido a controlar, […] y estaba embaraza de ocho meses”. Espeluznante, emotivo, ternísimo, cruel. Consiguieron aplazarle la pena de muerte hasta que su hija cumpliese mes y medio. Noventa largos días de silencio, de apuntes en el cuaderno, de incertidumbre. La vida continúa más allá de la muerte dentro y fuera del penal femenino de Ventas; los escritos y la hija mantienen a Hortensia presente en la memoria y en el día a día.
Un grupo de reclusas de esa misma prisión, Las Trece Rosas, son también fusiladas contra el paredón. Los delitos, no entonar el Carasol ni rezar el Rosario. La carta que una de las condenadas escribe al final de esta otra película, sencillamente atroz, maravillosa. “Muy querido hijo de mi alma: En estos últimos momentos tu madre piensa en ti. […] Nunca guardes rencor a los que mataron a tus padres. Y que te hagan hacer la Comunión, pero bien preparado, tan bien cimentada la religión como me la enseñaron a mí”. Era el 5 de agosto de 1939.
¿Dónde está la finísima línea que divide ambos frentes? Como un hilo que pende del absurdo. ¿Por qué nos mataron a Federico García Lorca aquel 18 de agosto del 36, cuando “las piquetas de los gallos cavan buscando la aurora”? ¿Algo más que envidia? ¿Sería también agosto cuando se llevaron en el camión al sencillo criado de un agricultor de Velamazán, el pueblo de mis padres y mis abuelos? Ya lo anunció el poeta: “Aquellos ojos míos de mil novecientos diez / vieron la blanca pared donde orinaban las niñas, / el hocico del toro, la seta venenosa” (Poeta en Nueva York).
Hace poco veía “Un Dios prohibido”, la sangrante historia de los 51 claretianos asesinados en Barbastro por no apostatar de su fe –del 2 al 18 de agosto de 1936–. Impresiona cómo han de pasarles la Comunión, escondida entre el pan y la parca porción de chocolate que les corresponde cada día. Y de nuevo, la función esencial del escribiente, el seminarista Faustino: “Entregamos nuestra vida a Dios, para trabajar a diario en el lento discurrir de los años, soportando ofensas, ataques y sufrimientos. Y si esto supusiera llegar a tal extremo…”. Y recordé a Antonio Rodrigo, hijo de Velamazán. Tomó la decisión muy de muchacho de hacerse misionero. Parece de película. 22 franciscanos fusilados la noche del 16 de agosto del 36. Siempre me fascinaron las historias al calor del adobe, sin sangre a ser posible.
¿Quo vadis? Fanatismo coaligado a poder es mucho más letal que todas las armas nucleares.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "La opinión", viernes 9 de agosto de 2013).
Sobrevivir

Foto: Heraldo.
Vuelvo de vacaciones y la primera noticia que leo en Internet es la de un perro ciego que se salva de ahogarse en las aguas. Una buena noticia, frente a tantos accidentes de tráfico en carretera, aniversarios de víctimas de aviones que ya no volverán, trenes descarrilados, motocicletas… ¿Qué le mantuvo a flote?
Lucio fue arrojado al Ebro con las patas amarradas por bridas, una severa artrosis y la más absoluta oscuridad. Más allá del mito de Moisés –hoy los niños se tiran directamente a los contenedores–, o del concepto pétreo de la eutanasia como roca que pende sobre nuestras cabezas de Sísifos del siglo XXI, me viene a la mente otra palabra: sobrevivir. Dicen que se agarraba fuertemente a una piedra del río. ¿La fuerza de los límites?
En la arcaica Esparta, se abandonaba en el monte Tageito a los recién nacidos débiles, tarados o no aptos para la batalla. Hoy, mucho más civilizados y sofisticados en la eliminación del sufrimiento –¿propio o del entorno?–, los niños con síndrome de Down dejaron de nacer. De haberse dado años antes esta práctica, no sería concejala por Valladolid Ángela Bachiller, primera mujer dedicada a la política que presenta esta minúscula mutación en su mapa genético.
¿Invidente? “Ciego. Privado de la vista”. Mi amiga Elena Peralta, gran deficiente visual, escritora, rapsoda, directora de talleres creativos en la cárcel de Alcalá Meco, excelente actriz, feliz madre y abuela, hace caso omiso de esa terminología limitante. Artrosis, ¿quién no la adquiere con la edad? En muchas sociedades tribales los ancianos eran los sabios de la comunidad. No siempre aprendemos de la historia, que también la memoria es sesgada.
“Todas mis novelas son historias de supervivencia, y yo me tengo por una superviviente de muchas cosas. Esa capacidad de sobrevivir y de volver a ponerse en marcha tras haber estado casi destruidos es una de las características más emocionantes de los seres humanos”, nos comentaba Rosa Montero en una reciente entrevista a la revista Humanizar. Pero también los perros, como Lucio, por decrépitos y dependientes que parezcan, tienen un centro sagrado que les lleva a vivir. “Si abrieras realmente tus ojos, y vieras, verías tu imagen en todas las imágenes” (Yibrán Jalil Yibrán).
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Tribuna", "El meridiano", domingo 25 de agosto de 2013).