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Cultura de difuntos

Hace muy pocos años que descubrí la muerte. Cuando somos pequeños, adolescentes, jóvenes, la muerte queda lejos, recluida en el reino de los fantasmas, los zombis. A no ser que algún hecho fatídico, un accidente, una pérdida te haya helado por dentro con herida mortal.
Hay un tiempo en la vida en el que todo parece sucederse sin altibajos: juegas, aprendes a leer, vas creciendo, te cuelas por un chico, buscas trabajo… Después, en un tris tras, te ves enamorada, con pareja, con uno, dos o tres hijos como mucho. Y un día, de repente, tu padre se jubila, tu madre no recuerda dónde pudo dejar el monedero. Y cambian los papeles, es el principio.
A mí me sucedió cuando el tío, aquel día, ya no pudo subir al autobús. Después, la residencia, las visitas a un lugar compartido que no era el nuestro, el lento deterioro. Como si el tiempo comenzara a girar en sentido contrario a las agujas. Todo va más deprisa desde entonces, las horas se recortan, se trastocan los ritmos. Hay más cosas que hacer; quizá para olvidar que la vida comienza a tener huecos, ausencias, añoranzas. Quizá por eso se disfraza de Halloween, calabazas con velas encendidas.
“Lo esencial cuando llega no hace ruido”, dice Alejandro Céspedes. Y llega sin aviso, como la vieja dama de las antiguas coplas medievales. Como el cine de zombis y vampiros, las narraciones góticas y el negro, tan de moda entre los jóvenes. ¿Persisten las culturas? También mueren. Abel Hernández refleja un pueblo castellano que se desmoronó poco a poco. Me recordaba al pueblo de mis padres, en el que han demolido las casitas en ruina, los corrales, el vetusto edificio de todas las historias que me han ido narrando desde niña. ¿Cuántas muertes nos caben en una vida? Cuánta vida en la muerte.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Opinión", "Día a día", miércoles 2 de noviembre de 2011).
Sufragio accesible universal

Imagen: iguazunoticias.com
En pleno siglo XXI el sufragio universal es batalla ganada. “Los locales electorales deberán disponer de un espacio concreto, accesible y adecuado, que garantice la privacidad del elector” (Reglamento sobre las condiciones básicas para la participación de las personas con discapacidad en la vida política, 25 de marzo de 2011).
En los anteriores plebiscitos generales el sesenta por ciento de los colegios electorales eran inaccesibles, según estudio del Foro de Vida Independiente en Madrid. Se obviaba la LIONDAU (Ley de Igualdad de Oportunidades, No Discriminación y Accesibilidad Universal), que exige la “accesibilidad de los edificios y entornos (…), la supresión de barreras a las instalaciones y la adaptación de equipos e instrumentos”.
Y está de cine que una persona sorda pueda ser miembro de la mesa electoral; que un invidente ejerza su derecho a la privacidad gracias al sistema braille; que una vez accedamos al recinto se nos trate de igual a igual; que se nos acompañe “en el itinerario hasta la mesa electoral correspondiente, sin empujar o tocar, en su caso, la silla de ruedas a menos que la persona con discapacidad lo solicite”.
Sólo que para ejercer nuestro derecho al voto debemos levantarnos, asearnos, vestirnos, bajar hasta la calle y sortear aceras sin rebajes, estrecheces, coches inoportunos justo en mitad del paso… Y ahí está la familia, mientras la edad y el cuerpo la mantienen en pie.
Salvadas las barreras, se suele poner la confianza en quienes más apuesten por la igualdad real. La educación, un empleo digno, el transporte universal… Tranvía ya tenemos, ¿cuándo los autobuses para todos? ¿Llega a cumplirse el cupo en los concursos públicos? ¿Una escuela inclusiva sin profesores de apoyo? Según la Convención de Naciones Unidas, “Las personas con discapacidad deben tener acceso a una variedad de servicios de asistencia domiciliaria, residencial y otros servicios de apoyo de la comunidad, incluida la asistencia personal”. No más de dos o tres horas dianas en España.
¿Me espera nuevamente el escalón en el colegio el domingo 20 N? Claro que con sacar la urna a la calle papeleta resuelta.
María Pilar Martínez Barca
(Heraldo de Aragón, "Opinión", "El meridiano", martes 8 de noviembre de 2011).